Años cincuenta: el realismo social
«Hacia 1951 la literatura española, andadas ya las trochas del tremendismo, dio un giro a su intención y empezó a marchar por la senda del realismo objetivo». Con estas palabras, Camilo José Cela señalaba el cambio de rumbo que afectaría a la narrativa española en los años cincuenta. 1951 es el año de publicación de La colmena, segunda obra de Cela, con la que se inicia un decenio marcado por la estética del realismo social, que supondría el enriquecimiento de nuestro panorama novelesco. Siguen publicando autores de la época anterior (Delibes escribe El camino en 1950 y Mi idolatrado hijo Sisí en 1953), pero se producen hechos significativos que nos permiten hablar de una nueva etapa: tímida apertura al exterior, migraciones del campo a la ciudad…
Surge una generación de narradores que comparten principios ideológicos, temáticos y formales. El objetivo de estos novelistas consiste en ofrecer el testimonio de la realidad española desde una conciencia ética y cívica. Además, pretenden que la palabra sirva de estímulo para el cambio social (la literatura se concibe como un arma política), aunque son pocos los que adoptan una postura extrema (pues hubiera llevado a la censura, al exilio o a la cárcel); por ello la mayoría opta por moderar la denuncia para que llegue al mayor número de lectores.
El relato trata de reflejar de modo objetivo la realidad. Así, el narrador no comenta los sucesos que relata ni se implica en ellos; se limita a presentar escenas, personajes y hechos como si fuera una cámara cinematográfica. A esta forma de narrar se la denomina objetivismo. Mediante esta técnica se persigue, además de adoptar una nueva posición narrativa, eludir en cierta medida la censura. A esta tendencia pertenecen Ignacio Aldecoa, Jesús Fernández Santos, Rafael Sánchez Ferlosio, Ana María Matute o Carmen Martín Gaite. Se han señalado diversos precedentes de la narrativa objetivista: el neorrealismo italiano (sobre todo el cinematográfico: Vittorio de Sica o Visconti), algunos escritores americanos de la llamada Generación perdida y, en menor medida, el nouveau roman francés. Entre los españoles, los críticos han hablado del influjo de Galdós y Baroja, y la admiración que despierta Antonio Machado.
El grado máximo de la técnica objetivista será el conductismo, en el que el narrador se limitará a registrar la pura conducta externa de individuos o grupos y a recoger sus palabras, sin comentarios ni interpretaciones; una muestra es, en alguna de sus partes, El Jarama (1955), de Rafael Sánchez Ferlosio. Por otra parte, ciertos autores optan por una crítica más directa, en la que lo social es el contenido básico, a veces en detrimento de la estética tradicional. Este grupo lo constituyen, entre otros, José Manuel Caballero Bonald, Juan García Hortelano, Juan Goytisolo, Luis Goytisolo, Alfonso Grosso, Juan Marsé. La técnica empleada en sus obras ha sido denominada realismo crítico, que consiste en la denuncia de las desigualdades y las injusticias, no mediante la reproducción de la realidad sino a través de su explicación y análisis, descubriendo sus mecanismos más profundos. En estos autores es decisiva la influencia de los novelistas norteamericanos de la Generación perdida.
Temas, estilo y autores
Los temas recurrentes en estos novelistas son el desaliento, la insatisfacción, la soledad en medio de la sociedad, y el recuerdo de la guerra y sus consecuencias. Indagan tanto en la España urbana como en la rural (de ahí la publicación de libros de viajes como Campos de Níjar, de Juan Goytisolo, o Primer viaje andaluz, de Camilo José Cela). Los principales campos temáticos de los narradores del medio siglo son:
- La vida del campo: Los bravos (1954), de Jesús Fernández Santos; Dos días de setiembre (1962), de José Manuel Caballero Bonald; La zanja (1961), de Alfonso Grosso.
- El mundo del trabajo y las relaciones laborales: Central eléctrica (1958), de Jesús López Pacheco.
- La ciudad: La colmena (1951), de Camilo José Cela.
- La vida de la burguesía: Juegos de manos (1954), de Juan Goytisolo.
En general, predominan en estas novelas los espacios abiertos: el campo, el mar, las aldeas, los arrabales… Los protagonistas son seres solitarios que viven aislados dentro de sus barrios o grupos. Es una soledad que nace de la desconexión entre ricos y pobres, campo y ciudad, pueblo y Estado. La razón última de esa soledad está en la división de los españoles, recrudecida por la guerra. En las obras de los años cincuenta destaca, pues, un desplazamiento de lo individual a lo colectivo: la sociedad española se convierte en tema narrativo.
El estilo se caracteriza por una deliberada pobreza léxica y por una tendencia a recoger los aspectos más superficiales de los registros lingüísticos populares o coloquiales. No obstante, no es un estilo descuidado, pues en bastantes obras se muestra un notable interés por lo formal. Estos autores aportaron novedades, pero el contenido es prioritario frente a la experimentación técnica.