Evolución de la Narrativa Española: 1940-1975

La Narrativa Española de Posguerra: 1940-1975

Contexto Histórico y Cultural

Las décadas de los 40 y 50 en España coinciden con la denominada “posguerra”, una época durísima no solo desde el punto de vista económico, sino también cultural. Paradójicamente, tras la derrota del eje fascista en la Segunda Guerra Mundial, el franquismo no es arrastrado por ella, sino que se convierte en aliado anticomunista de Estados Unidos en la Guerra Fría, lo que perpetuará el sistema. El panorama cultural era más bien desértico, dado que gran parte de la intelectualidad se había visto obligada a exiliarse y que la censura que imponían la Iglesia y el gobierno eran severas. No obstante, desde los férreos años 40 hasta los 60 se ve una progresiva apertura que permitirá la expresión más o menos crítica de sucesivas generaciones de autores.

La Narrativa en el Exilio

Quizá haya que empezar hablando de la narrativa en el exilio, que se nutrió más de la nostalgia de la patria perdida y el dolor por la contienda que de la resistencia directa a Franco. Entre los muchos autores, no podemos olvidar al imaginativo Max Aub, con su larga serie de los “Campos”; al longevo y gran especialista en cuentos Francisco Ayala (“Los usurpadores”); o al fecundo Ramón J. Sender, con su capacidad de indagación en la sociedad española (“Réquiem por un campesino español” o “Crónica del alba”).

La Narrativa en España Durante los Años 40

Ya en España, la literatura siempre estuvo bajo sospecha. La censura directa, la autocensura de los autores y el miedo o imposibilidad de editar impidieron todo desarrollo normal de la narrativa. Al margen de los exitosos géneros de evasión (novela rosa, del oeste, tebeos y fotonovelas), dominaban el panorama autores realistas de ideología muy tradicional (Zunzunegui, Gironella, Sánchez Mazas…). Fue por ello un acontecimiento Nada, de Carmen Laforet, quien en 1942 plantea el conflicto existencial de una universitaria en un ambiente asfixiante de la Barcelona de posguerra. Sin embargo, en estos años 40 iban a surgir tres grandes autores de importancia capital en todo el siglo XX.

  • Camilo José Cela: En 1942 retrata con La familia de Pascual Duarte la violencia y deshumanización de la sociedad española rural. Estilo inconfundible, vasta cultura y una delectación por lo sórdido que permite entrever un pesimismo existencialista son sus señas de identidad. A esta novela seguirán otras fundamentales como La colmena, novela coral de estilo realista y a la vez experimental donde retrata el duro Madrid de la posguerra, y una longeva y fértil trayectoria con títulos como San Camilo, 1936 o Mazurca para dos muertos.
  • Gonzalo Torrente Ballester: Salido de las filas de la Falange, su primera novela, Javier Mariño, es de las pocas novelas bélicas que todavía merecen la pena leer. Títulos como la trilogía realista Los gozos y las sombras, la experimental La saga/fuga de JB o la irónicamente melancólica Filomeno a mi pesar lo encumbraron hasta lo más alto de nuestra narrativa.
  • Miguel Delibes: Aunque quizá el autor que más mereció el elogio del público fue Miguel Delibes. Su palabra precisa, sus personajes universales, su defensa de la naturaleza y un estilo sobrio que no renunció a un inquieto experimentalismo hicieron de él una figura clave de la novela de la segunda mitad del siglo XX. Conocido por novelas realistas de ambiente rural como El camino o Las ratas, en los 60 dejó su huella en la experimentación con Cinco horas con Mario o Parábola de un náufrago y es autor de obras ya clásicas como Los santos inocentes o El hereje.

La Generación del Medio Siglo y el Realismo Social

A partir de los años 50 va a surgir una nueva generación de narradores, denominada “Generación del medio siglo”, “de los 50” o de “los niños de la guerra”, que se sienten algo más libres para expresar cierta crítica sobre la realidad social. Con una estética realista, influidos por la nouveau roman francesa y el conductismo norteamericano, van a dar lugar a lo que se llamó el “realismo social”. Serán novelas donde el narrador desaparece y cede su papel a los personajes. De tramas intrascendentes, pero concentradas en el tiempo, su intención crítica se resume en poner el foco, como lo haría una cámara, en realidades marcadamente injustas.

Objetivismo y Realismo Crítico

Aunque difíciles de distinguir en la práctica, se suele hablar de dos corrientes dentro de esta escuela:

  • Objetivismo (o Neorrealismo): El Jarama, de Rafael Sánchez Ferlosio, sería el mejor exponente. En ella asistimos a la fragmentaria recreación de una merienda en el río de un grupo de jóvenes. Lo trivial de sus conversaciones emerge como crítica a la adormecida sociedad española que 20 años antes había luchado ferozmente en esas mismas orillas. Otros títulos importantes son Tormenta de verano, de Juan García Hortelano; Entre visillos, de Carmen Martín Gaite; o los cuentos de Ignacio Aldecoa.
  • Realismo Crítico: Ofrece una expresión más cruda de la realidad. Los protagonistas ya no son burgueses ni universitarios, sino campesinos del vino (“Dos días de septiembre”, de José Manuel Caballero Bonald), u obreros de una presa (“Central eléctrica”, de Jesús López Pacheco), y los conflictos sociales pasan a un primer plano, pero sin renunciar a la técnica objetivista ni a la concentración temporal y espacial.