El Teatro Español a partir de 1939
La evolución del teatro español, al igual que la de los géneros narrativo y lírico, está determinada por la Guerra Civil y sus consecuencias. Se desarrollaron distintas orientaciones dramáticas en la zona nacional y en la republicana. A partir de 1939, el panorama escénico español quedó marcado por el exilio de autores como Max Aub, Rafael Alberti o Pedro Salinas, y por la desaparición de dramaturgos que murieron durante esos años (Lorca, Valle-Inclán, Miguel Hernández, etc.).
En los años de posguerra, la escena española estuvo dominada por un teatro “nacional”, al servicio de la dictadura. Mientras, los dramaturgos exiliados continuaron su producción fuera de España.
A finales de los cuarenta, irrumpió el teatro realista, de denuncia de la realidad. El detonante fue el estreno en 1949 de Historia de una escalera, de Antonio Buero Vallejo. Desde los años cincuenta, surgieron orientaciones dramáticas innovadoras tanto en lo formal como en el contenido de las obras: en los años cincuenta, el teatro de vanguardia, representado por Fernando Arrabal y Francisco Nieva, y en los sesenta, el teatro simbolista. Los dramaturgos de una y otra orientación tuvieron graves dificultades. Estas dramaturgias estuvieron influidas por las innovaciones teatrales europeas, especialmente por dos tendencias:
- Teatro del absurdo: Sus representantes tenían en común la conciencia de habitar en un mundo degradado y la necesidad de denunciarlo.
- Teatro de la crueldad: Antonin Artaud llevó a escena situaciones crueles que subrayan la incomunicación, restauró el carácter místico y ritual de los orígenes teatrales y procuró el contacto directo entre espectáculo y público.
En los años sesenta, el teatro que verdaderamente triunfaba en los escenarios era un teatro evasivo, heredero de la comedia burguesa, bien alejado de estos experimentos vanguardistas. A finales de esta misma década, surgieron los primeros grupos de teatro independiente, muchos de los cuales entraron progresivamente en los circuitos del teatro comercial.
La instauración de la democracia ha traído consigo también la recuperación por la escena española de autores de la calidad de Valle-Inclán y Lorca, que además han influido en algunos dramaturgos actuales.
1. Teatro de Posguerra
Este teatro cumplió básicamente dos funciones: entretener, pues el público prefería el esparcimiento a la evocación de la tragedia reciente, y transmitir ideología. Una vez terminada la guerra, se estableció un férreo control sobre las obras nuevas y los repertorios. Este fenómeno desarrolló la consiguiente autocensura en los dramaturgos. Otra modalidad de censura la ejerció la crítica, que solía funcionar como ideóloga, aconsejando y advirtiendo. A pesar de ello, la actividad teatral de posguerra fue muy abundante, aunque mediocre.
La comedia burguesa cumplió básicamente la función de entretener al público y de educar mediante el elogio de la virtud.
Se caracteriza por su perfecta construcción y por su intrascendencia, con dosis de humor, ternura y amabilidad. En general, aparece dividida en tres actos, abundan los decorados únicos y posee minuciosas acotaciones.
El teatro de humor floreció alejado de la realidad inmediata, con dos importantes representantes: Enrique Jardiel Poncela y Miguel Mihura.
En las obras teatrales de Enrique Jardiel Poncela predomina la despreocupación. En sus obras, abundan exuberantes acotaciones sobre decorados que colaboran en la creación de un espacio lúdico. Los personajes, siempre numerosos, pertenecen a la burguesía y aparece con frecuencia el esquema criado/amo. En los diálogos, se entremezclan el humor verbal y el de situación. Obras destacadas son Cuatro corazones con freno y marcha atrás (1936), Un marido de ida y vuelta (1939).
La producción dramática de Miguel Mihura no pretende reflejar la vida, sino idealizarla por medio de la humanización de sus personajes y el triunfo de la bondad y la ternura. Al igual que Jardiel, al final de sus dramas se restablece la normalidad perdida, y gusta de los asuntos policíacos.
El humor de Mihura es producto de la asociación inverosímil de elementos, de la exageración, de la distorsión de la causalidad lógica, que muestra que los hechos no son explicables de una única manera, y que, por tanto, todas las explicaciones están de más.
Tres sombreros de copa, su obra más representativa, se estrenó en 1952, veinte años después de ser escrita. En la obra, Dionisio, representante de lo formal, serio y respetable, y a punto de contraer matrimonio, se enfrenta con el mundo libre, alocado, bohemio y mágico de unos cómicos. Se enamora de Paula, perteneciente a esta nueva realidad, pero, finalmente, renuncia a la libertad para reintegrarse en el orden establecido. Con ese retorno a lo ya conocido, Mihura pone en evidencia su pesimismo y desencanto.
2. Los Realistas
El estreno en 1949 de Historia de una escalera, de Antonio Buero Vallejo, marcó un cambio en el teatro español. Con esta obra, nació el drama realista, en el que, a partir de un contexto, un argumento y unos personajes identificables, se intentaba hablar de la realidad desde el escenario.
Las puestas en escena de los textos realistas se caracterizan por la complejidad de sus espacios escénicos (con frecuencia, un lugar donde conviven varios cuadros), y por la profundización en los caracteres de los personajes, seres complejos, en contradicción, que luchan por defender sus ideales.
La trayectoria de Antonio Buero Vallejo es la más significativa del teatro de la posguerra española. Buscó la moderna tragedia española. Para el autor, la tragedia ha de ser sustancialmente esperanzadora.
Sus obras representan un intento de síntesis de realismo y simbolismo y en ellas opone personajes contemplativos a personajes activos con relaciones conflictivas entre ellos. En muchas de ellas, Buero emplea el fenómeno de inmersión, o intento de incorporar al espectador, introduciéndolo en el mundo interno del protagonista.
Historia de una escalera se desarrolla en un mismo decorado, la escalera de una casa de vecinos, y en tres épocas, 1919, 1929 y 1949, transcurre la vida de unos personajes impotentes para superar su situación de indigencia, antihéroes oprimidos por la vida y la sociedad. El problema central es la frustración de unos seres condenados a desarrollarse en ese espacio, y ninguna de las dos vías representadas por los personajes.
Alfonso Sastre tiene un talante luchador que se observa en la serie de manifiestos para la renovación del teatro español que inició en 1950, cuando formó el Teatro de Agitación Social. La obra que le dio proyección en el teatro español fue Escuadra hacia la muerte. La escuadra se rebela contra la autoridad, en clara alusión a la desconfianza hacia los que inducen a una guerra que nadie entiende.
El teatro de José Martín Recuerda posee un pronunciado carácter documental, de signo crítico, cargado de crispación y desgarro. Debido en parte a la censura, y también a lo dificultoso del montaje, ha conseguido pocos estrenos.
3. Los Vanguardistas
Herederos del teatro del absurdo y del teatro de la crueldad, dos escritores españoles han creado originales dramaturgias que tienen dificultades de aceptación en el panorama teatral español.
Fernando Arrabal concibe su producción literaria con un talante innovador, apartándose del realismo. Sus obras iniciales se caracterizan por la elementalidad escénica y para expresar la imposibilidad de comunicación con un sistema extraño e inaccesible, Arrabal acude a la forma de la ceremonia.
Francisco Nieva es el otro representante de la corriente vanguardista. En sus dramas, plantea el problema de las relaciones entre el hombre y la sociedad represiva que lo degrada al impedir el desarrollo de sus necesidades profundas.
Francisco Nieva divide sus obras en cuadros más o menos cortos, con numerosos cambios de escenario, al igual que Valle-Inclán.
4. El Teatro Independiente
A finales de los sesenta, el teatro universitario se transformó en lo que se denominaría teatro independiente. Esta “independencia” suponía el rechazo del teatro conservador mediante la elaboración de una estética peculiar y el intento de autofinanciación.
Son iniciadores de este tipo de teatro los miembros del grupo Els Joglars, encabezado por Albert Boadella, creadores de un teatro del silencio, que potencia la expresión corporal y su capacidad significante. A finales de los setenta, el grupo se transformó en compañía profesional e incorporó la palabra. En Barcelona, destacan también Els Comediants, encabezados por Joan Fort.
En Madrid, en los inicios del teatro independiente fue importante el TEM (Teatro Estudio de Madrid). En el resto de España, cabe mencionar entre otros a Tabanque y La Cuadra (en Sevilla); el Teatro de Cámara de Zaragoza; el Teatro Universitario de Murcia y el Teatro Circo de Galicia.
Hacia finales de los setenta se impuso la moda del teatro de calle, en el que disminuyen los elementos verbales en beneficio de los paraverbales.