La Narrativa Española del Siglo XX: Un Análisis Completo

La narrativa española en el siglo XX

Pregunta 2.- La narrativa española hasta 1939

a) La Generación del 98 (influida por el Desastre y el auge del irracionalismo europeo) revitaliza la novela. Cuatro obras de 1902 (Amor y pedagogía de Unamuno, Camino de perfección de Pío Baroja, La voluntad de Azorín y Sonata de Otoño de Valle-Inclán) coinciden en el rechazo al realismo decimonónico y en la angustia vital propia de toda época de crisis. Se impone la preocupación existencial, social, filosófica; la preocupación por la situación del país más que la mera preocupación formal. Los noventayochistas huyen del costumbrismo y la retórica antigua, por eso tienen un estilo sobrio, sencillo y natural. Además de la angustia vital, hay otros temas recurrentes: el de la preocupación por España y el de la historia, en la cual buscan las raíces del «alma española» que encuentran, sobre todo, en Castilla (símbolo de la patria), en sus paisajes y gentes. Los libros de viajes se cultivarán mucho y criticarán aspectos negativos de los pueblos con intención reformista (las precarias condiciones del campesinado, el caciquismo, el abandono, la pobreza, la superstición y superficialidad, la abulia, la ignorancia … ). Azorín publica, por ejemplo, La ruta de don Quijote, Castilla y El paisaje en España visto por los españoles en 1905, 1912 y 1917 respectivamente. Son comunes el uso de palabras tradicionales, la técnica impresionista y los diálogos densos que hacen pensar, pero cada autor tiene su individualidad: cuidan la expresión para conseguir belleza (Valle-Inclán), minuciosidad (Azorín), reflexión (Unamuno) o rapidez (Baroja).

Valle-Inclán evoluciona desde el modernismo de sus Sonatas (1902-1905) -llenas de melancolía y evasión espacio-temporal características- hasta el expresionismo degradante de sus esperpentos (1920-1932) en los que deforma grotescamente la realidad con personajes fantoches, para retratar una sociedad sin las virtudes de la nobleza, valor, justicia, generosidad, solidaridad, etc. En su obra Tirano Banderas critica a un dictador americano y en la trilogía El ruedo ibérico satiriza la corte de Isabel II: los personajes, incluida la Reina, acaban convertidos en muñecos de guiñol. Entre medias, publica su trilogía La guerra carlista atraído por el heroísmo romántico de los carlistas: inserta historia y tono legendario, mitigando así el modernismo radical de las Sonatas.

Azorín en La voluntad, defiende la nueva novela: «no debe haber comparaciones en las descripciones ni rigidez o simetría sino fragmentos, sensaciones separadas -como en la vida- y diálogos naturales y verosímiles». Sus novelas tienen mucho de ensayo y en algunas, de autobiografía. Es el que más atención presta al paisaje (Castilla, Los pueblos), a los clásicos como Cervantes y a la reinvención de personajes conocidos (Don Juan, Doña Inés), en que aparece un don Juan viejo y arrepentido y una doña Inés, adulta, enamorada de alguien mucho menor. Sus temas preferidos son la angustia por el paso del tiempo, el hastío, la angustia vital …

Unamuno dará a sus novelas un nombre nuevo, nivola; son textos en los que cabe todo. Así, en Amor y pedagogía introduce al final un tratado de cocotología (papiroflexia) como burla grotesca. Es el autor más intelectual. Busca la esencia española en el paisaje y la historia anónima de sus gentes (la intrahistoria). La angustia vital y los conflictos religiosos provienen de su imposibilidad de encontrar sentido a su existencia y a la de Dios (sólo demostrable por la fe y no la razón). Él quiere creer pero no puede, al igual que le ocurre al protagonista de su obra San Manuel Bueno, mártir (1933), cura que aun sin tener fe sigue ejerciendo como tal para que sus feligreses crean y vivan felices.

Baroja suele agrupar sus novelas en trilogías (La lucha por la vida, La raza, La tierra vasca, Las ciudades …) y otras veces en muchos volúmenes, como los de Memorias de un hombre de acción, historia novelada del siglo XIX a través de la vida de Eugenio de Aviraneta. Baroja piensa que la novela es «un saco donde cabe todo» (lo filosófico, psicológico, la aventura, lo épico, etc.). Sus personajes de obras como La busca o El árbol de la ciencia parecen que buscan una felicidad que no encuentran, bien por su apatía o por las circunstancias. Azorín le llama «pesimista irreductible».

b) La Generación del 14 o Novecentismo (1906-1926) integra a intelectuales que están entre el noventayochismo y las vanguardias. Son más vitales que los del 98, más europeístas y liberales (como buenos herederos de la Institución Libre de Enseñanza, cuyo fundador es llamado por Ayala «San Francisco Giner de los Ríos»). Aparte de sus ensayos y cuentos, también destacan en dos tendencias narrativas: la lírica y la intelectual.

En la novela lírica resalta Gabriel Miró quien, como dice Dámaso Alonso, es «el gran poeta en prosa». La melancolía y lo sensorial recuerdan la prosa modernista, pero su búsqueda de perfección formal es novecentista. Destaca por la sensibilidad y sensorialidad hacia la luz, color, aromas, sonidos, olores …; por la musicalidad y el lirismo, hasta el punto de hacer de la acción algo secundario. Nuestro Padre San Daniel (1921) y El obispo leproso (1926) son las obras más interesantes.

En novela intelectual destaca Ramón Pérez de Ayala, que escribe novelas generacionales como A.M.D.G. (siglas del lema jesuítico Ad Maiorem Dei Gloriam), muy crítica con su colegio de jesuitas, y también novelas «poemáticas» -un poema inicial pone en antecedentes al lector sobre la vida española, a través de la técnica del contraste entre vida/muerte; alegría/dolor, etc. Así, en La caída de los limones dos hermanas de una familia rica piden clemencia sin éxito para su hermano -que será ejecutado por un crimen- y su dolor contrasta con la celebración por el nacimiento de un nieto de la pensionera. La etapa de madurez (de fines de los años 20) es la de las novelas de temas universales o intelectuales: Luna de miel, luna de hiel, el del amor y la educación sexual de los adolescentes y Tigre Juan, el del honor del hombre vinculado a la fidelidad o no de la mujer. Hay perspectivismo intelectual incluso en la forma (en Tigre Juan … el relato se bifurca en dos columnas independientes en la misma página cuando los protagonistas se separan) o en los personajes (Tigre Juan y el donjuanesco amigo Vespasiano Cebón … suelen ser complementarios, como reflejo de lo imperfecto o incompleto del mundo).

También hay novela humorística como la de Wenceslao Fernández Flórez en Las siete columnas, ficción sobre qué pasaría si desaparecieran los siete pecados capitales y Ramón Gómez de la Serna, cuya novela El torero Caracho (1927) distorsiona la visión de la fiesta de los toros.

La novela corta, que había resucitado en revistas como El Cuento Semanal (1907-1912), muere con los novecentistas.

A fines de los años 30, años de la República y preguerra civil, la novela se politiza, y encontramos los llamados «novelistas sociales de preguerra». Arderíus, por ejemplo, aúna contenido social y recursos formales como las asociaciones al modo de las greguerías.

En conclusión, la novela del siglo XX hasta 1939 se opone a la copia de la realidad y al barroquismo del realismo decimonónico: los noventayochistas se duelen de España, pretenden mejorarla y usan un estilo más natural y selectivo; los modernistas cuidan más las cuestiones formales; los novecentistas son europeístas, más racionalistas y objetivos ante España y anuncian las vanguardias con su preocupación por el lenguaje e intelectualismo elitista; por último, algunos novelistas sociales de preguerra aúnan compromiso y forma.

Pregunta 4.- La narrativa desde los años 70 a nuestros días

En los años 70, continúa escribiéndose novela experimental como la de la década anterior. Novela, recordemos, de estructura en secuencias, con ruptura temporal y punto de vista múltiple; con la técnica del contrapunto; con monólogo interior y digresiones; de lenguaje culto y sintaxis compleja. Pero a partir de 1975, con la muerte de Franco, la llegada de la democracia y el fin del aislamiento tradicional español, se abre un nuevo periodo para la narrativa. Ahora hay un auge de los grupos de comunicación de masas y una generalización de la cultura, que acaba incluso por mercantilizarse. Los excesos experimentales comenzaron a mitigarse ya antes de 1975 con autores como Torrente Ballester, que parodia el modelo experimental en su novela La saga/fuga de J.B. (1972) -mezclando lo mágico, lo real, lo mítico, la historia; los gráficos con las digresiones, poemas, textos en una lengua inventada …- y Eduardo Mendoza, quien aúna el experimentalismo (mezcla de puntos de vista múltiples y géneros narrativos) y la recuperación de la intriga y el relato tradicional en La verdad sobre el caso Savolta (1975).

Las novelas de esta época vuelven al relato tradicional y la historia interesante en sí misma, en que predomina un sentimiento de desencanto, una visión irónica y distante de los problemas colectivos en beneficio de temas más personales e íntimos como la soledad, las relaciones personales, la realización como individuo o, el amor, el erotismo, la infancia; no se refleja la actualidad política pero sí hay gran influencia de los medios de comunicación de masas y una vuelta al estilo realista, de frase corta más fácil de leer.

Los autores más destacados de esta etapa pertenecen a distintas generaciones de narradores de posguerra renovados (Camilo José Cela, Miguel Delibes, Gonzalo Torrente Ballester, Álvaro Cunqueiro) conviven con autores de los años 60 (Juan Marsé, Carmen Martín Gaite) y de los 70 (Juan Benet, J. Mª Guelbenzu, Juan Goytisolo).

En los años 80 y 90 surge un gran número de novelistas nuevos. Al igual que en el resto del mundo, no existe ahora una tendencia dominante. Comparten el panorama literario novelas muy diferentes en estilo, temas y calidad. Incluso se dan las interferencias entre los distintos géneros. Destacan:

  • La novela histórica de intención paródica (G. Torrente Ballester en Crónica del rey pasmado, 1989) o de recreación del pasado: No digas que fue un sueño (1986) de Terenci Moix se inspira en Cleopatra y Marco Antonio; Urraca (1981) de Lourdes Ortiz y En busca del unicornio (1987) de Juan Eslava Galán recrean la Edad Media; el recientemente fallecido Miguel Delibes escribe sobre los protestantes del siglo XV en la que ya es su última novela, El hereje (1998); José Luis Sampedro, escribe sobre la Guerra Civil en Octubre, octubre (1981).

Aunque no se consideran obras propiamente históricas, pues se refieren a un pasado muy reciente, se podrían incluir aquí un grupo de novelas que recrean la mediocridad de la vida provinciana en la dictadura franquista: Destaquemos de Muñoz Molina, El jinete polaco (1991).

  • La metanovela también llamada novela especular, que consiste en incluir la narración misma como centro de atención del relato y reflexionar sobre la creación novelística: Beatus Iliae (1986) de Antonio Muñoz Molina, en que el lector descubre que lo que está leyendo -la búsqueda de un apócrifo del 27 encontrado por el protagonista Minaya- es obra del propio apócrifo.
  • La novela intimista vuelve a lo privado con el análisis psicológico de los personajes femeninos como los de Rosa Montero: Te trataré como a una reina (1983) o propone historias amorosas como en El desorden de tu nombre de Juan José Millás entre un ejecutivo y la mujer de su psiquiatra con mezcla de humor y novela negra; se puede recrear la infancia o juventud: Malena es un nombre de tango (1994) de Almudena Grandes; los sentimientos republicanos: Manuel Rivas en El lápiz del carpintero (1998) o los espacios rurales, legendarios: Obabakoak (1989) de Bernardo Atxaga, en donde también hay metanovela.
  • La novela lírica también llamada poemática por su parecido con el poema en prosa. Muy cercanas a esta novela están las narraciones intimistas, neoexistenciales, llamadas memorialismo narrativo o relato de formación, que desarrollan el proceso de un individuo en formación, su acceso a la experiencia. Destacan: La lluvia amarilla de Julio Llamazares (monólogo del último sobreviviente de un pueblo abandonado de León) y las obras de Javier Marías: Todas las almas y Corazón tan blanco.
  • La novela neorrealista situada en un espacio conocido, la ciudad provinciana o la gran urbe: Miguel Delibes (Diario de un jubilado de 1994). Aquí podemos incluir el grupo de escritores jóvenes conocidos a finales de los años 90 como Generación X, que se caracterizan por ofrecer una visión desencantada de la vida, con protagonistas muy jóvenes y presencia de la violencia (muchas veces injustificada como un modo de darle salsa a la vida), con continuas referencias musicales y cinematográficas anglosajonas y jerga del mundo de la noche o las drogas. Los autores más conocidos son: Ray Loriga (Caídos del cielo, 1995); Lucía Etxebarría (Amor, curiosidad, Prozac y dudas, 1998) y José Ángel Mañas (Historias del Kronen, 1994).
  • La novela policíaca, casi siempre influida por la novela y el cine negro americano. Son las obras de Manuel Vázquez Montalbán y su detective Carvalho; Antonio Muñoz Molina (El invierno en Lisboa); Eduardo Mendoza (El laberinto de las aceitunas, con un detective improvisado y grotesco) y Arturo Pérez-Reverte (La tabla de Flandes) en torno a un cuadro.
  • La novela de crítica política refleja la desilusión de las décadas 80 y 90: Juan Madrid, Días contados (1993).

En la primera década del siglo XXI siguen las tendencias anteriores; si acaso se observa un auge del cuento muy en consonancia con los nuevos y ajetreados tiempos. Uno de los mejores cultivadores del relato es Alberto Méndez, que en Los girasoles ciegos (2004) engarza cuatro historias de posguerra.

Los microrrelatos de Luís Mateo Díez, J. M.a Merino o Juan Pedro Aparicio también tienen mucho éxito. En los últimos años hay eclecticismo: se escriben memorias, autobiografías, libros de viaje, cuentos, relatos, microrrelatos y por supuesto, novela de todas las tendencias (añadimos a las de arriba: la fantástica, de ciencia ficción, la infantil …). Narrativa de más o menos calidad, en todos los soportes, como los informáticos (blogs, foros …). Si acaso, una tendencia destaca sobre todas: la histórica tanto del pasado remoto como reciente (que no se abordó antes por falta de perspectiva y respeto a los principios conciliadores de la Transición pacífica hacia la democracia).