El Modernismo
En los años 80 del siglo XIX, los poetas hispanoamericanos tratan de renovar el lenguaje literario para poder expresar con él la ansiedad de ideales absolutos que sienten en medio de una sociedad burguesa y materialista.
Poetas como José Martí, Rubén Darío, Julián del Casal y J. A. Silva intentan crear una obra que, por medio de la belleza, les salve de la mediocridad social. En ellos influyen los poetas franceses renovadores, parnasianos y simbolistas.
El elemento básico de su lenguaje es el símbolo; empleo de una imagen de la naturaleza o del arte que se asocia inconscientemente con el estado espiritual del poeta, lo cual produce una intensa emoción al lector. Es frecuente el uso de sinestesia, aliteración, neologismos y metros nuevos.
En España penetra en los 90 del siglo XIX, gracias a R. Darío, y alcanza su época de esplendor en la primera década del siglo XX.
Lírica
- Rubén Darío: En sus tres grandes libros de poemas (“Azul”, “Prosas profanas” y “Cantos de vida y esperanza”) busca la belleza de Dios a través del amor erótico y el gozo de las obras de arte.
- A. Machado: Se forma en pleno fervor modernista. Sus primeros libros son “Soledades”, “Galerías” y “Otros poemas”. En los siguientes, como “Campos de Castilla”, dará a su poesía una dimensión más solidaria y reflexiva.
- J. R. Jiménez: Busca la Belleza porque es el único fin de la poesía. En sus primeros libros, “Arias tristes” y “Jardines lejanos”, la musicalidad y la sensorialidad resultan más llamativas; en sus libros de madurez, como “Diario de un poeta recién casado”, sigue cultivando ese fervor hacia la Belleza como salvación del ser humano.
Teatro, novela y ensayo
Se caracterizan por el subjetivismo y la libertad expresiva que rompen con las convenciones tradicionales de esos géneros.
La novela de la Generación del 98
La novela realista sigue estando presente, pero en este tema solo abordaremos las nuevas formas de concebir y de construir la novela por parte de autores que empiezan a publicar a partir de 1900.
Estos novelistas se caracterizan por el radical subjetivismo con que presentan la realidad. A estos novelistas les interesa más la evolución interior del personaje que las acciones externas. A la vez, la estructura narrativa es más libre; las historias se descomponen en escenas sueltas.
El narrador cede la palabra a los personajes.
Predominan las escenas descriptivas, largas reflexiones y conversaciones apasionadas.
El estilo, próximo a la lírica, representa un complejo estado de ánimo mediante pinceladas impresionistas.
Miguel de Unamuno
Escribe novelas, que denomina “nivolas”, para resolver sus grandes cuestiones filosóficas.
Sus novelas están repletas de diálogos, pues hablar con el otro es la única manera, según Unamuno, de aliviar la tragedia que es vivir.
En “Niebla” trata la contradicción entre libertad y destino; en “Abel Sánchez”, un odio y una envidia incurables; en “San Manuel Bueno, mártir”, un sacerdote y dos fieles que no creen en Dios, aunque se comportan como si creyeran.
Azorín
Nos ofrece relatos en los que predomina la descripción pausada con multitud de detalles sobre paisajes y personas, pero con una óptica subjetiva.
“La voluntad” o “Antonio Azorín” comparten el mismo protagonista; desconfianza del personaje en la acción y en la lucha social para centrarse en la belleza del arte.
Pío Baroja
Se acerca más a la novela del siglo XIX, pues sus relatos están plagados de aventuras y sucesos externos.
Tiene interés por la peripecia personal de un protagonista que, después de buscar la felicidad, acaba con una actitud desengañada y pesimista. Ejemplos: “La busca”, “El árbol de la ciencia”, “Zalacaín el aventurero”.
Valle-Inclán
Se inicia como novelista sensual y decadente en “Sonatas”.
En “La guerra carlista” nos ofrece la historia de una guerra que la presenta como una epopeya casi legendaria.
En “Tirano Banderas” inaugura las novelas sobre el dictador, pues su protagonista es el déspota que gobierna un país hispanoamericano.
La deformación expresionista y grotesca de sus “esperpentos” se traslada a esta novela, así como: técnicas de representación simultánea, alternancia de voces y aparición de elementos maravillosos, lo que anuncia la nueva novela hispanoamericana de la segunda mitad del siglo XX.
La Generación poética del 27
Hacia 1927, una serie de poetas de edades cercanas habían publicado su primer libro. Los más sobresalientes son Pedro Salinas, Jorge Guillén, Gerardo Diego, F. G. Lorca, Vicente Aleixandre, Dámaso Alonso, Emilio Prados, Rafael Alberti, Luis Cernuda y Manuel Altolaguirre. Todos tienen una estrecha relación de amistad y colaboraron en las mismas revistas (Revista de Occidente); sienten gran admiración por la poesía de J. R. Jiménez y el poeta barroco Luis de Góngora, a quien homenajean ese año con motivo del tercer centenario de su muerte.
Comparten una inquietud profunda por la afirmación de la libertad individual frente a los rígidos modelos de conducta impuestos por una sociedad materialista y deshumanizada. El amor erótico será el culmen de esa libertad individual.
En cuanto al estilo, sienten atracción por la poesía clásica española y los movimientos de vanguardia, en especial el surrealismo.
Pedro Salinas
Se caracteriza por la exaltación del amor erótico como plenitud de vida; lo expresa en una poesía de emociones intensas y de lenguaje aparentemente sencillo en “La voz a ti debida” y “Razón de amor”.
Jorge Guillén
Entona una celebración de la perfecta armonía del universo, como ocurre en “Cántico”.
Gerardo Diego
Conjuga en sus inicios la tradición poética española con poemas de corte creacionista. Tanto en los libros clasicistas (“Versos humanos”) como en los vanguardistas, trata de descubrir la belleza sublime que se esconde en cada objeto sencillo de la naturaleza o de la ciudad.
F. G. Lorca
Crea poemas de misterioso simbolismo a través de ritmos tradicionales (“Romancero gitano”) o de versículos realistas (“Poeta en Nueva York”), en los que la libertad individual y el deseo amoroso se ven amenazados por un destino implacable y cruel.
Vicente Aleixandre
Desea unir al hombre individual con la totalidad del Universo y la sociedad humana; usa un ritmo cambiante que abre a visiones surrealistas, como en “La destrucción o el amor”.
Rafael Alberti
Comienza asimilando la poesía popular, aunque la llena de misteriosa intimidad. Después pasa por el surrealismo con “Sobre los ángeles” y practicará una poesía de compromiso social y de testimonio nostálgico sobre su propia existencia.
Luis Cernuda
Evoluciona desde una poesía pura a su lírica meditativa y confidencial de los años 40 y 50. No obstante, todos sus poemas abordan el conflicto por hacer realidad los deseos más íntimos y urgentes, que acaban en la frustración, como se aprecia en “La realidad y el deseo”.
Tendencias del teatro anterior a 1936
Durante este periodo, además de la división tradicional del teatro entre culto y popular, se produce dentro del primero una nueva subdivisión:
- Teatro integrado: llega a ser representado y goza de éxito entre el público.
- Teatro marginal: creado por dramaturgos ansiosos por una renovación teatral, estas obras no llegan a ser representadas y solo se transmiten mediante la lectura.
Jacinto Benavente
Es un autor integrado que logra transformar la alta comedia en una comedia de salón (como “Rosas de otoño”), basada en un humor ingenioso y con enseñanza moral. También cultivó el drama rural, donde aborda la barbarie de los pueblos de España, abandonando la psicología de los personajes, como en “La malquerida”. También cultivó la farsa en “Los intereses creados”.
Teatro sainete
De ambiente madrileño o andaluz, utiliza la caricatura de costumbres y el habla de distintos tipos sociales con fines humorísticos. Destaca Carlos Arniches.
Carlos Arniches
Cultivó la tragedia grotesca, donde el humor negro sirve para denunciar el atraso y la rudeza española, como en “La señorita de Trevélez”.
Teatro de humor
Pedro Muñoz Seca crea un género propio, el astracán, que se basa en la parodia de tópicos del teatro y de la sociedad para provocar la carcajada, como en “La venganza de don Mendo”.
Teatro histórico
Con un lenguaje lírico y artificioso, se intentó crear un teatro simbolista que casi siempre quedó al margen de los escenarios. En él, mediante personajes simbólicos, se plantean temas religiosos o existenciales, con largos diálogos reflexivos, como ocurre con Unamuno y Azorín.
No obstante, el dramaturgo que mayor huella ha dejado en el teatro experimental posterior es Valle-Inclán:
- Comienza en el teatro simbolista y pasa a la crítica social de los pueblos gallegos en “Comedias bárbaras”.
- En los años 20 crea farsas con personajes de guiñol y, sobre todo, crea un género novedoso, el esperpento, donde los personajes han quedado reducidos a fantoches repelentes que se mueven en una España degradada y repugnante, como en “Luces de bohemia”.
- En los años 20 y 30, Alejandro Casona une fantasía y realidad para abordar las grandes contradicciones del ser humano en obras como “La sirena varada”.
El periodo culmina con F. G. Lorca, que acabó triunfando gracias a los dramas rurales basados en motivos populares que alcanzan una honda significación simbólica de acento trágico y de alcance universal, como en “Bodas de sangre”, “Yerma” y “La casa de Bernarda Alba”.
La novela de posguerra hasta los años 50
A partir de 1939, muchos jóvenes novelistas continuaron con una larga producción en el exilio:
- Max Aub: Recrea los distintos episodios de la Guerra Civil con fuerte conmoción y gran brillantez lingüística.
- Francisco Ayala: Su aguda crítica social se une a una fina indagación psicológica en obras como “El fondo del vaso”.
- Rosa Chacel: Aborda cuestiones filosóficas en “Memorias de Leticia Valle” o “La sinrazón”.
En España, con el triunfo del franquismo, varios narradores vuelven al realismo tradicional con un fondo pesimista, como Ignacio Agustí.
En los años 40, autores más jóvenes apuestan por una narrativa de exploración existencial, buscadora de un sentido para la vida individual:
- Carmen Laforet: En “Nada” refleja el desengaño de una joven universitaria que tratará de salvar su felicidad en el futuro.
- Camilo José Cela: En “La familia de Pascual Duarte” presenta a un joven condenado a muerte que, antes de ser ejecutado, escribe la memoria de toda su vida, llena de episodios violentos. Esta obra inaugura el tremendismo, caracterizado por trazar una imagen animalesca y monstruosa de la existencia humana.
En los años 50, la novela se centra en la miseria social de la época, con su falta de libertad y con las grandes diferencias sociales.
Esta novela social es iniciada también por Cela. “La colmena” es un gran mosaico de infinidad de personas que viven en Madrid durante tres días en el 42, casi todas lastradas por el hambre, la humillación, la hipocresía y el aburrimiento. Sigue en pie el pesimismo de Cela, pero fotografiado a través de infinitas escenas que transcurren simultáneamente, como en el cine.
“La colmena” inicia el objetivismo novelesco: el narrador cuenta los hechos como si fuera una cámara imparcial del cine neorrealista, de manera que los personajes y los lugares son descritos con cierta frialdad, pero dejando al descubierto un abismo de injusticia y de hipocresía. Ejemplos de esta técnica son “Los bravos” de J. F. Santos y “Fiesta al Noroeste” de Ana María Matute.
Surge otra técnica narrativa en la que el narrador valora críticamente la situación social sin descuidar la representación del ser y de los muchos personajes, como en “Las ratas” de Miguel Delibes, “La piqueta” de Antonio Ferres y “La zanja” de Alfonso Grosso.