El compromiso social y político
En marzo de 1934, Miguel Hernández viaja por segunda vez a Madrid, iniciando una nueva etapa. Se introduce en el ambiente intelectual de la capital, dejando atrás la influencia oriolana y forjando su voz definitiva. Comienza a colaborar en la revista Cruz y Raya, dirigida por José Bergamín, y entra en contacto con la Escuela de Vallecas (relacionándose con Benjamín Palencia y Maruja Mallo), Rafael Alberti, María Zambrano, y especialmente con Vicente Aleixandre (cuyo poemario La destrucción o el amor se convierte en su libro de cabecera) y Pablo Neruda, con quien colabora en la revista Caballo verde para la poesía.
Esta revista, entre otras cosas, lo inclina hacia la poesía impura, una poesía que, a diferencia de la poesía pura, está imbuida de ímpetu social, anhelo de libertad y búsqueda de valores humanos más comprometidos y arraigados en el pueblo. Hernández deja atrás la influencia clasicista, conservadora y de acentos católicos de Ramón Sijé. Junto a su trabajo en la enciclopedia Los toros, con José María Cossío, se incorpora a las Misiones Pedagógicas. Todas estas circunstancias dan lugar a un nuevo Miguel Hernández, profundamente marcado por el compromiso social y político.
El estallido de la Guerra Civil en julio de 1936 radicaliza su postura ideológica. Se incorpora como voluntario al Quinto Regimiento y, más tarde, es nombrado jefe del Departamento de Cultura, donde se encarga de varias publicaciones, la biblioteca e incluso de difundir la poesía por el frente a través de altavoces.
Si en 1935, con El rayo que no cesa, muestra su vena más apasionada y configura un personal mundo simbólico, con Viento del pueblo (Valencia, 1937), busca que la poesía sea una expresión fundamental del compromiso histórico y social que considera necesario. Se trata de poesía comprometida, poesía de guerra, de denuncia y solidaridad con el pueblo oprimido. Esta concepción de la poesía como elemento concienciador y transformador, implica que lo puramente lírico dé paso a lo épico, a un tono profético de cambios profundos en busca de la libertad y la justicia social.
Esta nueva poética hernandiana se articula en cuatro temas o tonos fundamentales:
- Exaltación heroica: Glorifica a los hombres que luchan por la justicia y la libertad, llegando a la mitificación de los protagonistas, empezando por él mismo, en poemas como Canción del esposo soldado. Se exaltan los valores de la colectividad y el poeta se identifica con el pueblo, convirtiéndose en intérprete de sus desdichas.
- Lamento por las víctimas: En poemas como las Elegías primera y segunda, se lamenta por las víctimas de la opresión, mitificando o glorificando a los sujetos líricos.
- Reivindicación social: En poemas como El niño yuntero o Aceituneros, el tono de lamento refleja la identificación solidaria con las víctimas de la explotación.
- Imprecación a los enemigos: En poemas como Los cobardes o Ceniciento Mussolini, denigra e insulta a los opresores y explotadores que tiranizan al pueblo.
Mediante estos cuatro tonos, el poeta se muestra tanto como “yo lírico” como “yo fundido con la colectividad”. Habla por boca de seres anónimos o grupos sociales (campesinos, jornaleros, aceituneros…) que se convierten en arquetipos de los oprimidos. La exaltación, el lamento, la reivindicación y la imprecación se sirven de la función apelativa y utilizan el apóstrofe lírico como elemento comunicativo clave para llegar al lector y al oyente, similar a la épica medieval.
Tras año y medio de guerra, se vislumbra un final poco alentador para el bando republicano. La política de no intervención de Francia y Gran Bretaña y la disminución de la ayuda soviética a la República, debido al pacto secreto entre Hitler y Stalin, merman las esperanzas. El crudo espectáculo de la guerra afecta al poeta, cuya obra deriva hacia un intimismo pesimista. Empieza a escribir los poemas de El hombre acecha, donde la crítica se extiende al hombre en general. El autor ya no se identifica con el pueblo, sino que se siente acosado por el hombre. La condición humana aparece como una fuerza amenazante (“Canción primera”, “El tren de los heridos”).
Al acabar la guerra, Hernández es detenido. En 1939, al salir de la cárcel y antes de volver a ella definitivamente, entrega a su esposa, Josefina Manresa, un cuaderno manuscrito titulado Cancionero y Romancero de ausencias, con poemas iniciados en octubre de 1938, tras la muerte de su primer hijo. Este libro inconcluso, al que se añadieron poemas escritos en la cárcel, muestra la madurez poética de Hernández con una poesía desnuda basada en la sencillez de la lírica popular. Es una poesía íntima y desgarrada, de tono trágico contenido, que aborda los temas más recurrentes en su lírica: el amor, la vida y la muerte, sus “tres heridas” marcadas por la ausencia o la elegía (Llegó con tres heridas). El poeta es, como su pueblo, un vencido, una víctima que expresa su profundo dolor por la desolación de su felicidad arrasada, por las ausencias (la muerte, la cárcel).