Pino Ojeda: Biografía y Obra
Pino Ojeda nació en Teror en 1916; fue una escritora que cultivó los tres géneros y una artista plástica y musical. Su vida estuvo marcada por la tragedia desde su infancia, con la muerte de sus hermanos. Tras conocer al amor de su vida y contraer matrimonio, la muerte se lleva a su marido durante la Guerra Civil y la deja a cargo de un hijo recién nacido. Después de trabajar como secretaria para sacar adelante a su familia, abrió su propia librería; conoció entonces a Juan Ismael, artista que le ayudó a publicar sus primeros poemas en la revista Mensaje. En los años 50 se dedicó a la tarea editorial en la revista Alisio. Hojas de poesía, que publicó a autores nacionales e internacionales de la talla de Vicente Aleixandre o Juan Ramón Jiménez. En 1954 publicó Como fruto en el árbol, con el que ganó en Accésit al Premio Adonais. Cuando tuvo que cesar su labor editorial por motivos económicos, retomó su actividad artística; fue la primera mujer propietaria de una galería de arte y, al mismo tiempo, se convirtió en una artista conocida a nivel nacional e internacional. En sus últimos años trabajó en otros ámbitos, donde no se sentía plena, aunque nunca dejó de crear y producir arte y literatura hasta su muerte en 2002.
En cuanto a su obra poética, Pino Ojeda es una autora imposible de encasillar. Coincide con el movimiento de poesía social, con los que comparte su carácter reivindicativo y dramático en algunos poemas, pero no pertenece puramente a él. Comparte ciertas características con autores como Juan Ramón Jiménez o Pedro Salinas, pero tampoco puede encasillarse en ese movimiento. Su poesía es íntima y personal, refleja un mundo interior que busca encontrar su esencia espiritual para superar las adversidades de su vida. En núcleo de su poesía es el amor, tanto físico como metafísico; en su obra lo recorre desde la pasión y erotismo hasta el dolor en el alma. Trata la soledad, el desamor, el paso del tiempo, la muerte y la esperanza, todo relacionándolo con el tema central. Su obra es el claro reflejo de todo el dolor que ha vivido, su aceptación y la esperanza ante un imposible; parte de un tono anhelante para ganar fuerza y convertirse en una voz reivindicativa. Su estilo tampoco se puede clasificar, pues emplea una profundidad semántica, métrica meditada y transita de una poesía terrenal a una obra simbólica y mística.
El fragmento ante el que nos encontramos, Mensaje a los hombres, se encuentra en su obra Como fruto en el árbol, publicada en 1954 y ganadora del Accésit al Premio Adonais. En este fragmento se aprecia el giro hacia su poesía más simbólica y reivindicativa; se trata de un poema en el que hace un llamamiento a la sociedad a través del simbolismo de la naturaleza.
El tema del poema se centra en una reflexión personal sobre las preocupaciones de los hombres, mezclando su visión trascendental con un tono de reivindicación social, y haciendo referencia al amor y la muerte. Contrapone el dolor y el sufrimiento que viven los hombres en la tierra, causado por sus conflictos: “Ellos deberían dejar sus agrias, difíciles conciencias, en la primera vuelta del camino donde la civilización se expresa. Allí sobre la dura y cementada superficie gris que habla de dolor, de sangre interminable” con un mundo metafísico, un lugar donde pueden encontrar la paz interior que necesitan: “Los hombres no debieran llevarse al bosque, a la tierra, sus pesadillas nocturnas”. El poema tiene carácter trascendental, pues habla en un tono de esperanza sobre un mundo que queda fuera de lo físico; para poder ascender a él, los hombres deben dejar atrás sus malas actitudes terrenales: “Ellos podrían llevar arriba la misma sencilla mirada, el mismo sencillo gesto de los seres que van a encontrarse. Sólo una mirada sin pasado, sin ayer, sin retorno.” Además, conjuga el amor y la muerte en un solo plano, pues ella mantiene la esperanza de que en esa dimensión encontrará a los seres que quiere y que han fallecido: “el mismo sencillo gesto de los seres que van a encontrarse”; esto también se observa en la dedicatoria a sus hermanos al inicio del poema: “A mis hermanos, Ana María y Rafael”. Plasma a lo largo de toda su reflexión su profundo sentimiento religioso.
Respecto a la estructura del poema, éste está dividido en dos partes. En la primera parte, la autora hace referencia a la vida terrenal y el sufrimiento que ésta supone para los hombres (v. 1-6): “Ellos deberían dejar sus agrias, difíciles conciencias, en la primera vuelta del camino donde la civilización se expresa.”. En la segunda parte, la autora hace referencia a un mundo metafísico y la esperanza que éste encarna (v. 7-24): “¡Si los hombres se dieran cuenta de estas pequeñas cosas y subieran a lo alto libres de ellos mismos, libres de sus pobres, ligeras ansias!”; “el mismo sencillo gesto de los seres que van a encontrarse”. En esta segunda parte, apreciamos una reflexión sobre aquellos aspectos que deben dejar en su vida terrenal (v.7-19) para después presentar aquello que encontrarán en ese mundo metafísico (v.20-24).
En cuanto a los rasgos de estilo de este poema, podemos destacar en primer lugar una abundancia de figuras literarias que refuerzan el carácter lírico del texto. La autora emplea la metáfora: “la dura y cementada superficie gris que habla de dolor”, “encontrarían allí arriba el brazo que les rodeara”, “el camino que olvidaron”; el paralelismo para dar ritmo al poema: “si ellos supieran (…) si ellos lograran (…)”, “Encontrarían allá arriba (…), encontrarían la voz (…), encontrarían, si, (…)”; la personificación: “cuando sus pobres corazones aprendieron a maldecir en silencio”, “el brazo que les rodeara calladamente”; y hace uso remarcado del hipérbaton para dar más fuerza a sus adjetivos: “sus agobiadoras, durísimas contiendas”, “pequeñas, bajas preocupaciones”, “dura y cementada superficie gris”. Hace además un uso de la anáfora son la clara intención de enfatizar el carácter trascendental: “llevar arriba”, “subieran a lo alto”, “Encontrarían allá”.
Dado el carácter trascendental y metafísico que envuelve al poema y a la obra de Pino Ojeda, hace una referencia simbólica a la vida a través de “la tierra” y “los bosques”. La tierra es fuente de vida, de dónde brotan los árboles; el fruto de los árboles vuelve de nuevo a la tierra, donde vuelve a crear vida. Es una simbología filosófica que habla sobre el ciclo de la vida y la muerte. Para ella la “ciudad” y la “civilización” quedan fuera de ese mundo al que aspira porque representan los conflictos de los hombres.
Si hacemos referencia a su léxico, vemos que emplea numerosos adjetivos con un carácter connotativo, para dar su visión negativa de la vida terrenal y cómo en ella los hombres viven con conflictos y preocupaciones: “Si ellos lograran dejar en las ciudades – llenas de polvo, de ruidos y fiesta –“, “sus pesadillas nocturnas, sus agobiadoras, durísimas contiendas”. Encontramos también, puesto que se dirige a los hombres, un léxico relacionado con el ser humano para conectar la trascendencia con la realidad: “el brazo que les rodeara”, “la voz que perdieron”, “partiendo de su propia carne”, “cuando sus pobres corazones”.
En cuanto a los aspectos morfo-sintácticos, predominan las oraciones largas y compuestas, rasgo que acerca a la oralidad su poesía: “Encontrarían, sí, como partiendo de su propia carne, el camino que olvidaron cuando sus propios corazones aprendieron a maldecir en silencio”. Predominan los verbos en subjuntivo y condicional, lo que remarca el tono reivindicativo: “deberían dejar”, “no deberían llevarse”, “podrían llevar”… y esta reivindicación o llamada social la refuerza también a través del uso constante de la 3a persona.