Pío Baroja y Azorín: Dos Visiones de la Literatura Española

Pío Baroja

Pío Baroja hereda todo el buen hacer de la mejor novela realista del S. XIX, pero la aligera con un lenguaje natural, lejos de todo retoricismo, y la acerca a la vida en lo que tiene de sorprendente, ambivalente y confuso. Por este motivo, Baroja es uno de los novelistas que más ha influido en la narrativa moderna. Eduardo Mendoza reconoce la deuda que tiene con él, y es notoria su influencia en los novelistas de la Generación Perdida norteamericana.

Estructura de las novelas de Baroja

Baroja pretendía aproximar la novela a la vida, que la reflejara en su heterogeneidad. Por este motivo, frente a la narrativa decimonónica, perfectamente estructurada y cerrada, Baroja opone una estructura abierta, fragmentaria, desordenada. No le preocupa demasiado el desenlace; ante todo, le preocupa la acción, una acción encaminada a salvar al hombre del vacío. El pesimismo de Schopenhauer gana, en definitiva, a “la voluntad” de Nietzsche.

Personajes

Baroja se definió como “pajarraco del individualismo”, y como él mismo, sus personajes son seres solitarios, inadaptados, inconformistas que se rebelan y luchan por cambiar la sociedad. Son hombres de acción que pretenden cambiar el mundo, pero ni la acción consigue calmar su enorme angustia interior, ni consiguen cambiar nada, así que acaban siendo seres sin esperanza. Baroja utiliza sus personajes, sobre todo al protagonista de sus novelas, como portavoz de sus ideas. Sus novelas son autobiográficas en cuanto al desencanto y al vacío existencial. Toda su obra es una autobiografía sentimental.

La lengua literaria

El estilo de Baroja se caracteriza por la sencillez; comparte, por lo tanto, la voluntad antirretórica de los autores del 98. Prefiere frases cortas y el léxico sencillo porque considera que esta es la forma normal de expresarse. Sus descripciones y diálogos, muy abundantes, producen sensación de espontaneidad y frescura.

Las novelas

El autobiografismo de las novelas de Baroja es especialmente evidente en El árbol de la ciencia (1911). En ella, el protagonista, Andrés Hurtado, joven hipersensible y muy crítico, estudia medicina, como Baroja, y se desencanta de los estudios, de los profesores y de la universidad. A lo largo de la novela, Andrés Hurtado ve frustradas sus expectativas y sus sueños. La existencia aparece como algo hostil que conduce al protagonista a la depresión. El amor es un breve paréntesis de paz que la muerte del hijo recién nacido y de la mujer en el parto acaba por borrar. Andrés, desesperado, se suicida. En la obra hay elementos directamente relacionados con la biografía de Baroja, como la muerte de su hermano Darío.

Baroja agrupó sus novelas en trilogías, y él mismo dividió su obra en dos etapas:

Primera etapa (1900-1914)

  • La tierra vasca (La casa de Aizgorri, El mayorazgo de Labraz, Zalacaín el aventurero)
  • La lucha por la vida (La busca, Mala hierba, Aurora roja)
  • La raza (El árbol de la ciencia, La dama errante, La ciudad de la niebla)

Segunda etapa (1914-1949)

  • Las ciudades (César o nada, El mundo es ansí, La sensualidad pervertida)
  • El mar, tetralogía (Las inquietudes de Shanti Andía, El laberinto de las sirenas, Los pilotos de altura, La estrella del capitán Chimista)
  • Memorias (Novelas: Memorias de un hombre de acción, 22 volúmenes. Sus memorias personales: Desde la última vuelta del camino, en 7 tomos)

Azorín

Su obra narrativa destaca por la ausencia del hilo narrativo y la tendencia al intelectualismo, así como por el deseo de anular el tiempo. Sus primeras novelas, La voluntad (1902), Antonio Azorín (1903), Las confesiones de un pequeño filósofo (1904), tienen abundancia de rasgos autobiográficos que dan rienda suelta a reflexiones y a evocaciones de paisaje. Azorín es un ser pasivo, contemplativo, pesimista y falta de voluntad. Es el protagonista intelectual típico del 98 que se debate entre acción y contemplación y que se obsesiona por “la inexorable marcha de todo nuestro ser y de las cosas que nos rodean hacia el océano misterioso de la nada”.

En una segunda etapa, destacamos Doña Inés, que incorpora una minuciosa descripción del ambiente y la sensibilidad de los personajes.

Por lo que respecta a su obra ensayística, Azorín dedicó especial atención al tema de España, así como a la reinterpretación de obras clásicas. En los ensayos se observan las mismas preocupaciones que marcaron a toda la Generación del 98. Así, en Castilla lleva a cabo una evocación de las tierras castellanas y sus gentes. Destacamos La ruta de Don Quijote (1905) y Al margen de los clásicos (1912).

El tema que subyace en toda su obra, tanto narrativa como ensayística, es la coincidencia dolorosa del tiempo y, por ello, pretende aprehender la eternidad estática en los pequeños detalles. En sus textos, parece como si el tiempo se hubiera quedado suspendido y no hubiera evolución alguna. Esta ausencia temporal, característica de Azorín o “primores de lo cotidiano”, en palabras de Ortega y Gasset, que se refiere a esa búsqueda en lo pequeño y en el momento, la esencia de lo intemporal.

Sobre su estilo, hay que indicar que su lengua es modelo de concisión, claridad y precisión, de extraordinaria agilidad sintáctica, con predominio del estilo nominal. Destacan el subjetivismo de sus textos, con lirismo contenido, su estilo miniaturista de atención al detalle.