1. Realismo y Naturalismo: La Novela, la Poesía y el Teatro en la Segunda Mitad del Siglo XIX
El Realismo es un movimiento artístico y cultural que se desarrolla principalmente en Europa durante la segunda mitad del siglo XIX, en pleno auge de la segunda Revolución Industrial. En filosofía, aparecen el positivismo, el evolucionismo y el auge del método científico y el experimentalismo. El arte es entendido como una forma de acercamiento a la realidad. En literatura, la novela se convertirá en el género realista por excelencia. Como en ciencias, se parte de la observación de la realidad para hacer una descripción exacta del medio y de los personajes. El estilo se hace sobrio y sencillo, alejándose de las exageraciones románticas, y tratando de reflejar el habla coloquial.
En España, la novela realista parte del costumbrismo romántico, con Cecilia Böhl de Faber y Pedro Antonio de Alarcón (El sombrero de tres picos). A partir de la publicación de la primera novela de Galdós en 1870, La Fontana de Oro, el realismo se puede dividir en dos tendencias:
- Una conservadora-tradicionalista, con José María de Pereda (Peñas arriba o Sotileza), que destaca por la descripción del paisaje rural. Su principal representante es Emilia Pardo Bazán (Los pazos de Ulloa).
- La tendencia liberal-progresista está representada por Juan Valera, con novelas protagonizadas por mujeres (Juanita, la Larga o Pepita Jiménez) para radicalizarse con dos novelistas españoles: Benito Pérez Galdós y Leopoldo Alas.
La obra de Benito Pérez Galdós es muy rica y variada. Por un lado, presenta las 46 novelas de sus Episodios nacionales, en los que pretende reconstruir la historia del siglo XIX español. El resto de su obra se clasifica en tres etapas:
- En un periodo inicial, escribe novelas centradas en la defensa ideológica de los principios liberales (Gloria, Doña Perfecta).
- En la década de los ochenta desarrolla sus novelas españolas contemporáneas: representa la vida madrileña durante los años de restauración, con múltiples personajes (Fortunata y Jacinta, La desheredada).
- Finalmente, los años noventa son los de las llamadas novelas espirituales, donde se centra en el problema existencial y personal del individuo, destacando Misericordia.
Leopoldo Alas utilizó desde muy pronto un apodo para sus obras, Clarín. Destaca su novela extensa: La Regenta, una obra que retrata la vida miserable y reprimida de una ciudad, Vetusta, que acaba por derrotar los deseos de libertad de sus protagonistas.
El Naturalismo, desarrollado en Francia por Emile Zola, es el resultado de trasladar los principios del Realismo a su extremo más radical, convirtiendo la literatura en ciencia. Nos presenta los personajes y aspectos degradados de la sociedad (borrachos, prostitutas…). La novela naturalista no fue gran aceptada hasta el siglo XX. Emilia Pardo Bazán fue quien contribuyó a difundirlo, pero sus novelas se quedan en un naturalismo superficial (La tribuna).
En lírica, además de la poesía intimista posromántica representada por Gustavo Adolfo Bécquer y por Rosalía de Castro, nos encontramos con una poesía realista antirretórica representada por Ramón de Campoamor.
Aunque no procede hablar de un teatro propiamente realista, en la producción teatral se dejan atrás los defectos del teatro anterior para mostrar de manera crítica la sociedad contemporánea. La alta comedia se inspira en la burguesía decimonónica, que gusta de temas contemporáneos (José de Echegaray). El drama social tiene como protagonista al proletariado como en Juan José, de Joaquín Dicenta. Benito Pérez Galdós propone una profunda renovación con El abuelo o Electra. En el género chico destacan los hermanos Álvarez Quintero con su Andalucía tópica y Carlos Arniches con su casticismo madrileño.
En definitiva, Realismo y Naturalismo, aunque hayan experimentado valoraciones desiguales a través de los tiempos, han hecho de la verosimilitud, del análisis psicológico de los personajes y de la observación parte fundamental de la literatura contemporánea y han alumbrado alguna de las mejores novelas de toda nuestra historia.
2. Literatura de Fin de Siglo: La Generación del 98 y el Modernismo. La Novela y el Teatro Anterior a 1936
El final del siglo XIX viene marcado por la pérdida de las últimas colonias españolas (1898). Ante este hecho, los intelectuales abogan por una reforma general. En el ámbito literario se buscan nuevas formas de expresión alejándose del Realismo y el Naturalismo y, aunque modernismo y generación del 98 han sido tratados en ocasiones como corrientes opuestas, lo cierto es que comparten rasgos comunes.
El Modernismo es un movimiento literario que surge en Hispanoamérica a finales del siglo XIX de la mano de autores como José Martí y Manuel Gutiérrez Nájera. En esta nueva corriente se unen tendencias literarias como el parnasianismo, el simbolismo y el Romanticismo. Los poetas modernistas desafían el mundo en el que viven automarginándose. Proponen, así, un arte libre de ataduras y buscan nuevas formas que restituyan la emoción y la sensualidad. Les unía el deseo de romper con el pasado en búsqueda de la modernidad. Por ello, la corriente modernista se caracteriza por su sincretismo. Es una literatura esteticista, busca la belleza por encima de todo (“arte por el arte”).
El modernismo incorpora una nueva temática acorde con una sensibilidad estética. Temáticamente, la línea escapista es la más representativa, de ahí que recurran a la evasión a mundos ideales o exóticos, a la fantasía y a la recreación de épocas. En una línea intimista, trasluce el malestar del poeta con todo lo que le rodea. El amor y el mundo son vistos desde un punto de vista melancólico. El poeta proyecta su estado de ánimo en paisajes otoñales o despoblados jardines. Defiende un estilo refinado y sensual en el que la musicalidad del lenguaje despierte los sentidos. Esto traerá una renovación de las formas métricas (decasílabos), y se recuperan formas tradicionales como el octosílabo y el endecasílabo.
El mejor exponente del Modernismo es el nicaragüense Rubén Darío, quien lo introduce en España con obras suyas como Azul o Prosas profanas, las cuales causaron enorme impacto y grandes escritores españoles se dejaron seducir por sus novedades. Hay que citar a Manuel Machado, cuya obra más reconocida es Alma, en 1900. Otro gran autor es Juan Ramón Jiménez, con obras como Arias tristes o La soledad sonora.
La Generación del 98 debe su nombre al llamado “desastre del 98”. Estos escritores adoptan una actitud crítica ante la realidad y proclaman la necesidad de una regeneración social, moral y cultural. Asimismo, muestran gran interés por la literatura del pasado y por la historia como medio para buscar la esencia del país y recuperar sus valores perdidos. El paisaje castellano aparece en las obras noventayochistas como lugar sobre el que los autores proyectan su estado de ánimo y su visión crítica de España. Estilísticamente tienen un estilo sencillo y sobrio. Abordan dos asuntos de especial interés: el problema de España, y el de las angustias existenciales sobre el destino del hombre y la inmortalidad del alma.
Quizá fuera José Martínez Ruiz, “Azorín”, quien más contribuyera a la creación del concepto de generación del 98 con novelas como La voluntad. En ella, un muchacho habla y reflexiona con su maestro sobre distintos temas. Otro autor importante fue Miguel de Unamuno. En libros como El Cristo de Velázquez, plasma sus inquietudes en torno a la lucha entre la fe y la razón. Entre sus novelas destacan Niebla, donde enfrenta al personaje protagonista con el autor para hablar del papel de la literatura, o San Manuel Bueno, mártir, de nuevo alrededor del tema de la falta de fe. Uno de los autores más importantes fue Pío Baroja. Títulos como La busca o El árbol de la ciencia muestran una síntesis entre el realismo de Galdós con las novedades del siglo XX. Antonio Machado es el mejor poeta de este grupo. Su primer libro, Soledades, de 1907, tiene un tono modernista. Su poesía derivó hacia temáticas menos íntimas, en su fundamental obra Campos de Castilla, donde reflexiona sobre España y sus gentes o la nostalgia de Leonor. Por último, Ramón María del Valle-Inclán fue un genial novelista. En su obra Sonatas (modernista), cultivó también una literatura llamada “mítica”, alrededor de una Galicia mágica.
En cuanto al teatro, por un lado, estaba el que triunfaba en los escenarios: repetitivo, nada arriesgado, dirigido a un público burgués que no estaba dispuesto a escuchar conflictos. A este teatro pertenece Jacinto Benavente, el mejor representante de la comedia burguesa, hoy apenas se recuerdan de él piezas como Los intereses creados y La malquerida. Una fórmula que tuvo también mucho éxito fue el llamado teatro poético: dramas escritos en verso, pensados para un público deseoso de escenas lacrimógenas y asuntos patrióticos. A él se dedicaron autores como Eduardo Marquina (Las hijas del Cid) o Francisco Villaespesa (Aben Humeya). Hay que mencionar también los géneros cómicos, donde destacan Carlos Arniches con sus sainetes, obras donde siempre triunfa la bondad; o Pedro Muñoz Seca, cuya Venganza de don Mendo se sigue representando hoy con éxito.
Frente a él, hubo un teatro innovador, pero que no encontró más lugar de representación que las salas minoritarias y el rechazo del gran público. Los autores de la generación del 98 acogieron este teatro con entusiasmo y se propusieron regenerar el género. Así, tanto Azorín (Old Spain) como Unamuno (Fedra) escribieron obras donde condensaban sus temas recurrentes sobre España y el ser humano. La figura central de la generación fue Ramón María del Valle-Inclán. Empezó escribiendo dramas modernistas (Cenizas), pero pronto cultivó un teatro ambientado en su Galicia natal (Las comedias bárbaras) y farsas cómicas y a la vez muy críticas (La reina castiza). Sin embargo, su genial aportación a la Historia de la Literatura va a ser el Esperpento. Un teatro de raíz expresionista, que se servirá de la deformación grotesca para mostrar la flaqueza humana y la crueldad social. Es Luces de Bohemia el mejor ejemplo. También el grupo del 27 quiso trabajar en favor de la regeneración del teatro. Alberti escribió obras como La pájara pinta o El hombre deshabitado, pero quien realmente vino a revolucionar las tablas, reuniendo por fin el espíritu innovador y el éxito de público, fue Federico García Lorca, con obras como Bodas de sangre o La casa de Bernarda Alba.
En definitiva, ambos movimientos anticiparon el vendaval experimental que se cernía sobre Europa: las vanguardias.
3. La Casa de Bernarda Alba: Símbolo de la Opresión Femenina
La casa de Bernarda Alba es una obra escrita por el dramaturgo español Federico García Lorca. Estrenada en 1936, es una de sus obras más conocidas. Se clasifica dentro del género dramático. Se considera un drama trágico que explora temas como la represión, el poder y la lucha por la libertad. La obra refleja las tensiones sociales y políticas de la época. Es reconocida como una de las obras más importantes del teatro español del siglo XX. Otra de las obras de Lorca es Bodas de sangre.
El tema principal de la obra es la opresión de las mujeres en una sociedad patriarcal y cómo esta opresión afecta a las relaciones familiares y personales. Lorca pretende retratar y denunciar la realidad concreta, como es el drama de mujeres en los pueblos de España. La historia gira en torno a Bernarda Alba, una viuda dominante y autoritaria que impone un luto riguroso sobre sus cinco hijas tras la muerte de su segundo marido. Encerradas en su casa, las hijas luchan por su libertad y deseos personales bajo la opresión y el control de su madre.
Personajes Principales
- Bernarda Alba: Matriarca autoritaria y opresiva.
- Angustias: Hija mayor y heredera de la fortuna de su padre.
- Magdalena: Segunda hija, representa la frustración de las mujeres atrapadas en casa.
- Amelia: Hija tranquila y conformista.
- Martirio: Hija resentida y celosa.
- Adela: Hija menor y rebelde, representa el deseo de libertad.
- La Poncia: Criada de la casa.
- Pepe el Romano: Su figura desencadena el conflicto.
Estructura
La obra está estructurada en tres actos:
- Acto I: Introducción de la situación familiar.
- Acto II: Se desarrolla el conflicto central.
- Acto III: Culminación del conflicto y desenlace trágico.
La obra transcurre casi en su totalidad en la casa de Bernarda Alba y se desarrolla durante el luto de ocho años que impone Bernarda tras la muerte de su esposo. Hay un narrador omnisciente cuando alude a procesos y realidades internos de los personajes.
La casa de Bernarda Alba es una obra importante que muestra la opresión que sufren las mujeres en una sociedad muy controladora. A través de los personajes revela la lucha entre el deseo de libertad y las estrictas normas familiares. Invita a reflexionar sobre el poder y el honor y cómo estos pueden limitar las vidas. Su mensaje sigue siendo relevante hoy en día, lo que hace que la obra sea valiosa y conmovedora.