Mi Matrimonio y la Pérdida de Confianza
Atenienses, cuando decidí casarme, me propuse cuidar de mi esposa y vigilarla como era debido. Tras el nacimiento de mi hijo, le confié todos mis bienes, creyendo que era la mayor prueba de confianza. Al principio, ella era una excelente esposa: administradora, ahorradora y diligente. Sin embargo, tras la muerte de mi madre, la cual desencadenó todos mis males, mi esposa cambió.
El Encuentro que lo Cambió Todo
Durante el funeral de mi madre, un hombre vio a mi esposa, y con el tiempo, la sedujo. Utilizando a nuestra criada como intermediaria, este hombre la convenció y la apartó de mí.
La Casa de Dos Pisos y la Sospecha
Ciudadanos, mi casa tiene dos pisos, con habitaciones similares arriba y abajo. Tras el nacimiento de nuestro hijo, para evitar que mi esposa tuviera que subir y bajar las escaleras con el niño, yo dormía arriba y las mujeres abajo. A menudo, mi esposa bajaba a dormir con el niño para amamantarlo. Nunca sospeché nada, creyendo que mi esposa era la más prudente de la ciudad.
El Regreso del Campo y la Revelación
Un día, regresé inesperadamente del campo. Después de la cena, el niño lloraba, molestado a propósito por la criada, ya que el hombre estaba dentro. Le ordené a mi esposa que bajara a calmar al niño, pero ella se negó, insinuando que yo quería seducir a la esclava. Me reí, pero ella salió, cerró la puerta con llave y yo, sin sospechar nada, me dormí.
La Confesión de la Criada
Más tarde, un amigo me reveló la identidad del hombre que deshonraba a mi esposa: Eratóstenes de Oe. Interrogué a mi criada, quien, tras resistirse al principio, confesó todo. Me contó cómo Eratóstenes la había seducido, cómo le permitía entrar en casa y cómo, durante las Tesmoforias, mientras yo estaba en el campo, mi esposa iba al templo con la madre de Eratóstenes.
La Trampa y el Enfrentamiento
Tras la confesión, me fui a dormir. Eratóstenes entró en mi casa y la criada me avisó. Bajé en silencio, reuní a algunos amigos y, con antorchas, entramos en mi casa. Encontramos a Eratóstenes desnudo junto a mi esposa.
Justicia y Castigo
Le pegué, lo até y le pregunté por qué me ultrajaba. Él confesó su falta y me suplicó que no lo matara, sino que le exigiera dinero. Le respondí que no lo mataría yo, sino la ley de la ciudad, la cual él había transgredido, prefiriendo sus placeres a la obediencia a las leyes y al honor.