Introducción
Para comprender la arquitectura del siglo XIX, debemos considerar algunos parámetros culturales. El movimiento romántico, con su gusto por lo pintoresco, exótico y legendario, incitó a imitar la arquitectura de períodos históricos pasados. El progreso técnico, económico y social trajo nuevos problemas arquitectónicos, como las estaciones de ferrocarril, bancos y salas de exposición. Esto obligó a los arquitectos a reflexionar sobre las funciones y utilidades de un edificio. Si cada construcción satisface distintas necesidades, ¿por qué utilizar el mismo estilo arquitectónico?
El romanticismo dio lugar al historicismo, que pretendía la “resurrección” de lenguajes arquitectónicos del pasado. Estilos como el neogriego, neobizantino, neoplateresco y neobarroco se sucedieron y entremezclaron, conviviendo con la nueva arquitectura del hierro y cristal. A finales de siglo, los arquitectos comenzaron a pensar en la forma como algo subordinado a la función, anticipando la arquitectura contemporánea.
El Historicismo
Desarrollado en Europa durante el siglo XIX, el historicismo supuso una revalorización de estilos del pasado, especialmente los medievales, con el gótico como el más valorado, particularmente en Inglaterra. Este estilo se arraigó en la necesidad de buscar las raíces históricas de la nación.
En Inglaterra, destaca John Nash con obras como el Royal Pavilion de Brighton, de estilo neoindio, que utiliza columnas de hierro visto. También John Soane, con un lenguaje más austero y clasicista, como se aprecia en el Banco de Inglaterra.
Superadas las primeras décadas del siglo XIX, la arquitectura se enfrentó a nuevos retos. El problema fundamental consistía en dar satisfacción a las nuevas necesidades constructivas de la sociedad industrial. Surgieron nuevas tipologías como fábricas, estaciones de ferrocarril y recintos para exposiciones comerciales, para las que no había precedentes históricos. Se utilizaron nuevas tecnologías y materiales propiciados por la Revolución Industrial.
Las exposiciones universales fueron escaparates donde la burguesía industrial y las naciones exponían los avances industriales, el comercio y el arte. Los pabellones se construyeron con las técnicas más modernas, uniendo funcionalidad y belleza. Joseph Paxton concibió el Palacio de Cristal para la Exposición de Londres de 1851 como un gigantesco invernadero de hierro y cristal.
En España también se desarrolló una arquitectura del hierro, en gran parte proyectada por extranjeros como Eiffel y Horeau. Destaca el Palacio de Cristal del Retiro madrileño, obra de Ricardo Velázquez Bosco, realizada en 1886.
La Arquitectura del Hierro
Aunque utilizado a lo largo de la historia, el hierro nunca había sido más que un material auxiliar. La Revolución Industrial permitió su fabricación masiva y económica, abriendo inmensas posibilidades en la edificación. Inicialmente, los ingenieros apreciaron sus ventajas y lo utilizaron en la construcción de puentes.
En las décadas siguientes, se generalizó el uso del hierro en la ingeniería, extendiéndose por Europa. Fue en Gran Bretaña donde se llevaron a cabo los primeros intentos de empleo del hierro en la arquitectura. Destaca el Pabellón Real de 1818, de John Nash, en Brighton.
El éxito del Pabellón Real impulsó a muchos arquitectos a construir con este material. En la Exposición Universal de París, Gustave Eiffel construyó la torre que lleva su nombre. Este ingeniero, experto en puentes y estaciones, sorprendió con esta obra, símbolo de París.
Las naciones compitieron en la construcción de arriesgadas estructuras metálicas en viaductos y estaciones de ferrocarril. La utilización masiva del hierro revolucionó el concepto de arquitectura, tanto en la estética como en principios como la relación soportes/cubiertas.
Otras obras destacadas son la Biblioteca Nacional de París de Henri Labrouste, donde columnas de hierro soportan cúpulas con vidrieras, uniendo funcionalidad y belleza. También destacan las estaciones de ferrocarril como la de Atocha en Madrid, plazas de toros, teatros y palacios de cristal.