En el teatro de Buero Vallejo se reiteran temas como la libertad, la justicia o la verdad, y también muchos motivos argumentales, como los personajes con limitaciones físicas o la utilización de espacios y otros elementos con función simbólica. Es un teatro con intención trágica, pues muestra el choque entre las limitaciones del hombre y sus deseos de perfección y autenticidad. Es, además, un teatro ético, porque pretende una transformación del hombre desde un planteamiento moral, y ambiguo: sus obras no concluyen cuando cae el telón porque entonces comienza la definitiva parte del drama, que está en función de lo que cada uno elija. En lo que respecta a sus personajes, la crítica los clasifica en dos grupos: activos y contemplativos. Los primeros actúan movidos por el egoísmo o por sus bajos instintos y, cuando llega el caso, son crueles y violentos sin dudarlo si con ello consiguen sus objetivos. Los contemplativos se sienten angustiados y, a pesar de ser conscientes de sus limitaciones, sueñan un imposible, por lo que están irremediablemente abocados al fracaso. Entre sus recursos destaca el efecto de inmersión o técnica por la que se introduce al espectador en la acción transformándolo en personaje activo que experimenta en sí mismo el drama del personaje: en El Concierto de San Ovidio hay momentos de oscuridad total, como la que experimentan los protagonistas y en El sueño de la razón, hay escenas en las que no se oye nada, solo se ven gestos, y así el espectador comparte con Goya la “sordera”. Podemos distinguir en la dramaturgia de Buero tres etapas, que van presentando una complejidad progresiva: En la primera, la preocupación social se subordina al desasosiego existencial. Desde el punto de vista técnico las obras tienen una estética realista, con un espacio escénico que es reproducción de lugares reales o que podrían tener realidad, aunque dentro de esta línea tradicional el autor introduce ya elementos de innovación, como la utilización de lugares escénicos insólitos: la escalera de su primer estreno o la azotea de Hoy es fiesta. De esta primera época es también En la ardiente oscuridad, una tragedia desarrollada en un colegio de ciegos en donde la ceguera es símbolo de las limitaciones del hombre.
La segunda es la etapa social: se centra en la relación entre el individuo y su entorno. La necesidad de burlar la censura hace que en esta época escriba dramas históricos en los que la anécdota de la historia es un pretexto para plantear problemas actuales. Estéticamente se supera la escenificación realista y se acentúa el valor simbólico de algunos motivos (ceguera física = ceguera moral) o elementos escénicos (semisótano de El Tragaluz = caverna platónica). Pertenecen a esta etapa Un soñador para un pueblo, Las Meninas o El concierto de San Ovidio. El tragaluz (obra histórica “al revés” en la que investigadores de un siglo futuro reconstruyen la historia de una familia y lo que supuso para ella la guerra civil) supone el tránsito hacia la tercera etapa. A partir de 1970 sus obras adoptan un matiz cada vez más político. Así, la cárcel, la tortura, la pena de muerte o la represión policial ocupan un lugar relevante en las obras de esta etapa. Además se observa un claro deseo de renovar la técnica teatral. La técnica más destacada es lo que se ha denominado efecto de inmersión, que nos hace “ver” u “oír” la cosas tal y como las percibe o las imagina algún personaje. Entre las obras de esta etapa destaca La fundación. En cuanto a la obra de Alfonso Sastre, que defiende que el teatro debe tener la misión de transformar la sociedad injusta en la que vive el ser humano, podemos establecer tres etapas:
En su etapa inicial apuesta por un teatro existencialista. Destaca Escuadra hacia la muerte, en la que recoge “su experiencia del servicio militar y de la falta de libertad” y que es prohibida por la censura tras tres representaciones. El texto –protagonizado por unos soldados que cumplen una misión suicida en una supuesta tercera guerra mundial– admite varias interpretaciones: por un lado puede entenderse como una tragedia antibelicista en la que se incita a la rebelión contra cualquier forma de tiranía; por otro, se trata de una reflexión sobre cómo asumir el peso de la libertad y de los propios actos. De su segunda etapa, en la que entiende el teatro como un arte social desde el que trata de despertar la conciencia del público, destaca La mordaza, protagonizada por un padre despótico que tiene atemorizada a su familia. Con ella Sastre quiere protestar contra la censura que impedía su comunicación con el público, contra el silencio de una sociedad callada por la fuerza y, en general, contra toda opresión y tiranía. En las siguientes obras evolucionará hacia planteamientos abiertamente revolucionarios. En este sentido cabe recordar piezas como Guillermo Tell tiene los ojos tristes, que concluye con la muerte del tirano y la victoria de la revolución, y que no pudo verse representada hasta la restauración de la democracia. En su etapa de madurez, la radicalización de sus tesis revolucionarias lleva a Sastre a lo que él llama “tragedia compleja”, que se caracteriza por una mezcla de elementos: didactismo marxista, libertad imaginativa y burla corrosiva inspirada en el esperpento de Valle-Inclán. La obra más significativa de este periodo es La taberna fantástica donde denuncia el abandono social en el que viven los jóvenes de los arrabales de Madrid, empujados al alcoholismo y a la delincuencia. En torno al año 1965 los autores españoles se cansan de un teatro técnicamente sencillo y comienzan a aplicar en sus obras las tendencias vanguardistas europeas y americanas que se venían desarrollando desde principios de siglo. Técnicamente, por tanto, las obras de estos momentos se caracterizan por el abandono del Realismo. Entre los nuevos dramaturgos destaca Francisco Nieva, creador del “teatro furioso”, que plantea el problema de las relaciones entre el hombre y una sociedad opresora que lo aliena, y Fernando Arrabal, creador del “teatro pánico”, que pretende ser un teatro total (el término “pánico” viene del griego “pan”= todo), exalta la libertad creadora y persigue la provocación y el escándalo del espectador. En sus obras no falta casi nunca el compromiso ético, desde el antibelicismo de Pic-nic a la defensa del anarquismo en Oye, Patria, mi aflicción. En los últimos años del franquismo tiene notable importancia el fenómeno del teatro independiente: a la muerte del dictador existían en España más de cien grupos teatrales que procuraban llevar el teatro a los más diversos rincones del país. Entre estos grupos, que actuaban al margen de los circuitos comerciales, alejándose así de la cultura “oficial” de los grandes teatros y de los autores de renombre –de ahí el término independientes–, podemos citar a Els Joglars, Els Comediants o La fura dels Baus en Cataluña, Tábano o TEM en Madrid, Teatro Circo en Galicia… Los grupos de teatro independiente, que creaban sus propios textos y realizaban los montajes de forma colectiva, consiguieron una perfecta síntesis entre lo experimental y lo popular: por una parte asimilaron las tendencias más innovadoras, por otra se dirigían a amplios sectores de público, actuando en pabellones deportivos o en la calle. En lo que respecta al contenido, sus obras tenían generalmente carga social y enfoque crítico.