El psicoanálisis de Sigmund Freud: Estructura de la mente y procesos inconscientes

Introducción

En el siglo XX ha tenido una enorme influencia la concepción de la naturaleza humana desarrollada por Sigmund Freud. Freud no es filósofo, sino médico, y su pretensión inicial era curar cierto tipo de trastornos mentales que la medicina tradicional no conseguía remediar mediante el empleo de fármacos.

El intento de curar ese tipo de trastornos le obligó, en primer lugar, a intentar explicarlos, es decir, a descubrir cuáles son las causas que los producen o las leyes que los rigen.

Entre los fenómenos mentales que Freud pretende explicar, están aquellos que dan origen a comportamientos patológicos de tipo neurótico (histeria, fobias, psicopatías, etc.). Pero acabará descubriendo que muchos fenómenos mentales inofensivos, como los sueños, los lapsus linguae, los olvidos reiterados, etc., pueden ser explicados a partir de similares causas. El intento de explicar todos estos fenómenos llevará a Freud a descubrir que:

  1. La que tradicionalmente se entendía por mente humana o conciencia humana no es una entidad unitaria, sino una estructura compleja, compuesta de varias instancias o subestructuras que entran en conflicto entre sí. Estas subestructuras son: el ello, el yo y el superyó.
  2. Existen procesos mentales que operan sobre la conducta del individuo pero que este no conoce (son inconscientes), y, por lo tanto, no puede controlar.

“Ello”, “Yo” y “Superyó”

1 El “Ello”

Es la parte más interior, más primitiva, de la mente. Está constituida por todos aquellos elementos innatos (es decir, que son hereditarios y nacen ya con el niño), y los elementos reprimidos por la conciencia. Del ello procede toda la energía mental, que mueve al individuo y que se da bajo la forma de pulsiones.

El ello es todo el inconsciente, aunque puede aflorar a la conciencia a través de los sueños, los lapsus linguae, etc. Cuando el niño nace no posee más que ello, las otras dos estructuras mentales, el yo y el superyó, se formarán posteriormente.

2 El “Yo”

El yo surge como consecuencia de las tensiones y excitaciones provocadas en el niño por los estímulos exteriores. Estas excitaciones y tensiones provocan la aparición de una conciencia primaria (un yo arcaico, en palabras de Freud), totalmente volcada sobre sí misma (narcisista), pero que sirve como puente de enlace entre las puras apetencias del ello y la realidad externa.

Una vez solucionadas las tensiones, el niño vuelve a dormirse (regresa a la placidez de la inconsciencia), hasta que nuevos estímulos (hambre, sed, frío) le obligan a volverse hacia el mundo exterior.

Paulatinamente, el niño va abandonando este estado de narcisismo absoluto en el que vive centrado únicamente en sí mismo, para colocar el centro de su atención en el mundo externo. La presencia cada vez mayor del mundo externo le va obligando a desarrollar plenamente su yo, que se encargará de las funciones de autoconservación. Es decir, el yo se encargará de proteger al individuo de las amenazas y problemas que tienen su origen en el mundo externo, y de adaptar sus deseos a ese mundo. Por eso Freud dice que el yo se rige por el principio de realidad.

Del yo dependen también el lenguaje, el razonamiento, el control motor y el control de las tensiones internas.

3 El “Superyó”

Freud cree haber descubierto que la sexualidad humana comienza a desarrollarse desde el momento mismo del nacimiento, pasando por varias fases hasta alcanzar la madurez sexual en la pubertad.

En torno a los cuatro años tiene lugar un acontecimiento fundamental en este proceso de maduración sexual, que tendrá una extraordinaria repercusión en el desarrollo de la personalidad del niño.

Este acontecimiento es denominado por Freud como complejo de Edipo (denominación que tomó de la mitología griega representada en la tragedia de Edipo Rey), y que tiene su equivalente en las niñas en el complejo de Electra.

El complejo de Edipo consiste en lo siguiente: en el niño (varón) aparece un vago deseo de poseer sexualmente a su madre. La madre aparece ante el niño simultáneamente como madre y mujer de modo indiferenciado. Este deseo de la madre va acompañado de sentimientos ambivalentes hacia el padre: por un lado le odia, ya que ve en él a un rival; pero por otro lado es su modelo y lo admira. Estos sentimientos ambivalentes hacia el padre le provocan sentimiento de culpa. Los sentimientos de culpa acabarán haciéndole renunciar a la madre como objeto erótico, y, al mismo tiempo, a la plena identificación con el padre, que se convierte en el ideal que imitar.

El complejo de Electra tiene un desarrollo distinto pero con una misma conclusión.

Los padres aparecen, entonces, como arquetipo de autoridad y de toda ley, cuya interiorización genera la conciencia moral o superyó. El superyó castiga las infracciones del yo, haciéndole sentirse culpable o deprimido.

Pero el superyó no funciona solamente como una instancia castigadora sino también como paradigma, como lo que Freud denomina yo ideal. Este nace de la admiración hacia la figura paterna o materna, que se convierten en modelos para el yo y que trata de imitar su comportamiento.

Los procesos inconscientes

Los procesos mentales inconscientes son de tres tipos: (1) Procesos inconscientes innatos. (2) Deseos y recuerdos reprimidos. (3) Mecanismos de defensa del yo.

1 Procesos inconscientes innatos

Son procesos arraigados en la propia naturaleza del individuo, vienen con el individuo al nacer formando parte del ello. A este tipo de procesos les llama Freud pulsiones, que se diferencian de los instintos en que poseen una base mental y no, estrictamente hablando, física.

Las pulsiones son de dos tipos: las pulsiones eróticas (de Eros = amor-deseo) y las pulsiones tanáticas (de Thanatos = muerte).

  1. Las pulsiones eróticas están gobernadas por el principio de placer, esto es, por la tendencia a buscar el placer y evitar el dolor. Aunque a veces es obligado posponer la satisfacción con miras a evitar un dolor futuro (a esto le denomina Freud, principio de realidad).
  2. Pero junto a las pulsiones eróticas existen pulsiones de signo contrario, las pulsiones tanáticas, que tienen la siguiente explicación: según Freud, todo organismo tiende a mantenerse en un estado de equilibrio energético. En consecuencia, dado que la vida supone un aumento del grado de excitación sobre la materia inorgánica, Freud supuso que hay una tendencia a aniquilar la vida y a regresar al estado inorgánico para conservar el equilibrio energético. La existencia de este tipo de pulsiones permite explicar la violencia y las tendencias autodestructivas humanas.

2 Deseos y recuerdos reprimidos

Forman parte del ello. Son: (1) Aquellos deseos que chocan violentamente con la conciencia moral del individuo, con el superyó, de modo que son reprimidos y su presencia ocultada a la conciencia, al yo. (2) Aquellos recuerdos que resultan traumáticos para la conciencia del individuo y que son bloqueados y ocultados en el ello, de modo que aparentemente el individuo los ha olvidado.

3 Mecanismos de defensa del “Yo”

Son mecanismos inconscientes y preconscientes, de tipo patológico, a través de los cuales el yo se defiende de las demandas del ello o de las presiones insoportables del superyó. Entre estos:

  1. Represión. Consiste en que el yo se libra de un conflicto entre los deseos del ello y su sentimiento de culpa por tener estos deseos, enviándolos hacia el inconsciente y haciendo como si ya hubieran desaparecido. No obstante, estos deseos reprimidos se mantienen en el inconsciente y pueden aflorar a través de sueños y lapsus. En casos extremos, pueden incluso crear tensiones neuróticas.
  2. Proyección. Consiste en achacar a otro individuo, o incluso a un objeto inanimado, un deseo nuestro pero que resulta inadmisible para nuestra conciencia. En las paranoias y fobias opera este mecanismo.
  3. Racionalización. Consiste en urdir una explicación racional para autojustificarse, ocultando los verdaderos motivos de nuestro comportamiento, de modo que el yo pueda salvar su autoestima. Un ejemplo claro de la racionalización empleada como mecanismo de defensa aparece en la conocida fábula de la zorra y las uvas. (Tras numerosos intentos frustrados de alcanzar un hermoso racimo de uvas, la zorra desiste con un “Bah, están verdes”).
  4. Negación. Consiste en negarse a ver (es decir, en hacer como si no existiera) aquello que resulta desagradable a la conciencia. En casos extremos, la negación de la realidad puede llevar a una desconexión tal entre el individuo y aquella que provoca estados psicóticos.