Dignidad Humana, Matrimonio y Libertad: Fundamentos de la Moral Cristiana

La Dignidad Humana y la Moral Cristiana

El Hombre, Imagen de Dios

La moral cristiana comienza apelando a Dios, que es creador, y a su amor por los hombres. Partimos de la afirmación: “El hombre es la imagen de Dios. Todo hombre es representante de Dios en la creación; es como un alter ego en la creación del mundo. Dicho de otra manera, cada rostro humano transparenta el rostro de Dios. El hombre está llamado a cuidar el mundo; tiene que cuidar la creación. De igual modo, el hombre no puede dominar sobre otro hombre, no puede explotarlo ni oprimirlo, si no quiere destruir la imagen de Dios. Esto supone que, en la creación, el hombre aparece como el “tú” de Dios. El hombre es único, irrepetible e insustituible. Dios ama a cada hombre. Esta dignidad le pone en una situación privilegiada en relación con Dios. Por tanto, cada hombre es más que un recurso humano; más que un individuo, es una persona capaz de tener relación con otros hombres sin ahogar su dignidad. Por tanto, ningún hombre puede ser instrumentalizado. Ningún ser humano puede utilizar a otro como medio o instrumento para conseguir sus propios fines. Cada hombre tiene valor por sí mismo como persona.

Cada ser humano proviene de la imagen de Dios. Dios es el “tú” del hombre; por eso, cada persona no se puede reducir a una cosa, y su dignidad no depende de su edad. La persona humana como unidad significa que el hombre es uno en alma y cuerpo; queremos decir que el cuerpo pertenece a nuestra dignidad. El hombre posee una condición corporal y espiritual inseparable. Por tanto, se debe prestar atención para no caer en el culto al cuerpo ni en la reducción de la persona a su solo cuerpo.

Comunión Interpersonal y Sexualidad

Los hombres estamos llamados a la comunión interpersonal, y la primera forma de esta fue la unión de un hombre y una mujer. No estamos destinados a la soledad, sino a la comunidad. El egoísmo traiciona el proyecto de relación con los otros; sólo cuando hay una relación yo-tú existe el nosotros. Por tanto, el otro no me es indiferente como persona. El hombre es un ser sexuado; es decir, lo que llamamos ‘hombre’ en general toma cuerpo en dos realidades somáticas y psicofísicas diferenciadas: varones y mujeres. Sin embargo, iguales en dignidad, pueden recorrer juntos el camino de la vida. Por eso, en esta polaridad complementaria está fundado el matrimonio cristiano. Dios mismo es autor del matrimonio. La íntima comunidad de vida y amor conyugal y creativo se inicia por un consentimiento personal e irrevocable de los esposos. Como dice Mateo 19, 6: «Ya no son dos, sino una sola carne».

El Sacramento del Matrimonio en la Perspectiva Cristiana

Una de las páginas más bellas del Génesis es cuando el hombre se encuentra con las criaturas y, aun así, experimenta momentos de soledad existencial y pobreza vital. En ese momento, Dios le presenta a la mujer, y comienza el diálogo, el encuentro de amor en la historia. El matrimonio se perfila hasta quedar plenamente clarificado en Jesucristo. A lo largo del Antiguo Testamento, la alianza de amor de Dios con su pueblo se ha simbolizado en distintas ocasiones con el amor matrimonial, como si Dios estuviera casado con su pueblo. Pero los cristianos consideramos que Cristo es la revelación plena; por ello, el sentido profundo del matrimonio también lo hemos de mirar desde Cristo. Jesús estuvo presente en las bodas de Caná, reconociendo así el valor humano del matrimonio. Del mismo modo, recogió la imagen matrimonial de la alianza comparando el Reino de Dios con un banquete de bodas en el que Él se identifica con el esposo. Durante ese banquete, los amigos del novio no ayunan (cf. Mt 9, 14-15). A ese banquete son invitados los que estén por los caminos, porque otros no quisieron ir. Por tanto, hemos de estar alerta para participar de la fiesta. En Mateo 19, 3-9, Jesús reafirma el ideal originario de la creación que estaba en Génesis 2, al defender la indisolubilidad del matrimonio. Jesús, en ese momento, supera la ley y manifiesta una profunda relación entre la creación y la alianza. Jesús reconoce que el matrimonio está instituido desde la creación, y por eso San Pablo lo expresa en Efesios 5, 31-33. Para los cristianos, la mutua entrega de un varón y una mujer bautizados es sacramento, es decir, un signo que expresa y realiza la alianza de amor y de fidelidad de Cristo con su Iglesia. Así como Cristo se entrega por su Iglesia, así el hombre se entrega a la mujer y viceversa. Amar es amar como Cristo. Todo bautizado está unido con Cristo para siempre. Cuando el varón y la mujer bautizados se unen, es Cristo quien los une, y su mutuo amor es participación del amor de Cristo. Por eso se le llama alianza y compromete la unión de sus vidas para siempre en indisoluble comunión de amor profundo, como cogidos de la mano en comunión fecunda.

El matrimonio es signo de Cristo porque significa, como realidad en su vida, la presencia de Cristo muerto y resucitado por amor a nosotros. Es como decir: si Cristo nos ha amado hasta dar la vida, los que se unen tienen que agradecerlo uniéndose al sentido del amor de Cristo; por eso el matrimonio es para siempre. Los cónyuges poseen el carisma que les es propio y una misión singular: ser testigos en el mundo de que Dios nos ama, y transmitir y educar a sus hijos en la fe. Por eso, las familias son en realidad células vivas de la Iglesia. Pero también el matrimonio es un signo escatológico; esto simboliza la alegría y la plenitud del amor como anticipo de lo que un día será la plenitud en Dios.

El matrimonio es una alianza llamada a crecer; por eso necesita madurar, necesita la comunión trabajada de los dos. El matrimonio será una realidad llamada a tener una expectativa de esperanza, porque nunca termina de crecer. El matrimonio bien vivido es un canto a la esperanza, donde lo mejor siempre está por llegar. El matrimonio es una realidad penúltima, porque lo último es la realidad total de Dios.

La Libertad y la Responsabilidad Moral

El ser humano puede elegir, es libre, es protagonista de su propia historia. Puede disponer de ella, de su vida, de su historia, de lo que quiera, de lo que es. Por eso, los actos del ser humano le definen, de tal forma que pueden ser buenos o malos, justos o injustos, dignos o indignos. La libertad es el fundamento de la moralidad. Esta capacidad nos distingue totalmente de otros seres vivos; sin libertad, el hombre no sería imagen de Dios. Para que el hombre pueda responder ante Dios y los demás, es necesario ser libre; así nos creó Dios. Se es más persona cuanto más se puede disponer de sí mismo, y tanto más se dispone de sí mismo cuanto más uno se entrega al bien y al amor hacia los demás.

Condiciones de la Libertad Humana

Somos libres, pero de forma limitada (solo Cristo es libre en su totalidad). Existen condiciones que nos son dadas y en cuyo marco tenemos que aprender a ejercer la libertad:

  • Condiciones genéticas
  • Condiciones culturales
  • Condiciones geográficas
  • Condiciones ambientales

Estas condiciones limitan la libertad, pero no la destruyen; al contrario, interpelan nuestra libertad y la sostienen.

La libertad del hombre es la libertad de un ser creado, un regalo de Dios que tenemos que madurar con la conciencia de la responsabilidad. La libertad puede crecer, madurar o disminuir. Por eso es un signo de la imagen de Dios y fundamenta la dignidad de la persona humana. En la verdad y en el amor se afirma y crece la libertad. Cuando el hombre es plenamente libre, elige de acuerdo con lo más profundo de sí mismo: elige el verdadero bien y busca su felicidad completa, elige como imagen de Dios. Pero la libertad humana está misteriosamente inclinada, muchas veces, a abandonar el bien y la verdad. En el origen de las malas decisiones hay un mal uso de la libertad. Los ingredientes de la condición moral son: la libertad, la libertad responsable y la responsabilidad humana como fundamento de la moral.

Factores que afectan la Responsabilidad

No todos los actos humanos son igualmente responsables para el hombre; no todos le son igualmente imputables. En el hombre actúa su voluntad, pero también pueden influir factores que disminuyen la responsabilidad moral:

  • La ignorancia
  • La violencia
  • El miedo
  • La inadvertencia
  • Los movimientos pasionales (emociones intensas)
  • Factores psíquicos
  • Factores sociales

Todo esto puede disminuir la responsabilidad humana en sus actos.

Todo acto directamente querido es imputable a su autor. También son imputables los actos indirectamente voluntarios (u omisiones voluntarias), que ocurren cuando se conocen las consecuencias previsibles de una acción u omisión y, aun así, no se actúa para evitarlas. Actualmente, a menudo no se acepta que sobre lo bueno o lo malo haya verdades objetivas válidas para todos los hombres. Se atribuye al individuo o al “consenso de la sociedad” la facultad de decidir sobre el bien y el mal. Sin embargo, el consenso no es criterio de moralidad, aunque sí pueda serlo de legalidad. La verdad no puede depender de las mayorías; la verdad objetiva sobre el bien y el mal requiere una reflexión más profunda basada en la naturaleza humana y la revelación.